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Espectáculos - El largo, inmenso y deliberado desarreglo de todos los sentidos

Con o sin Nobel, "Dylan for ever"

 Los fervorosos fans del cantautor lo conocieron cantando letras densas, de protesta social, acompañadas por melodías muy sencillas o básicas en su guitarra acústica y su armónica, y así lo idealizaron.

Bob Dylan
Con o sin Nobel, "Dylan for ever"

No me interesa mucho la discusión sobre si es correcto o no conferirle el premio Nobel de literatura a un letrista de canciones, pero estoy convencido de que en cantautores como Chico Buarque, Silvio Rodríguez o Joaquín Sabina, hay tanta o más poesía que en muchas antologías contemporáneas. 

Claro, una cosa es la concepción clásica de la poesía, y otra cosa muy distinta son los diversos experimentalismos poéticos de la modernidad. Lo que quiero decir es que no se puede comparar a Dante con Rimbaud, pero con ser tan radicalmente diferentes son, ambos, altísimos poetas.  

Y ambos, clásico el uno y moderno el otro, tienen algo en común: el misterio que en torno a sus vidas y sus obras. La obra del primero surgió del sueño y la pesadilla, de la visión mística y del conocimiento hermético, y es por eso La Divina Comedia no es enteramente descifrable por la razón analítica. 

La obra del segundo (El barco ebrio, Una temporada en el infierno y Las iluminaciones), nació de un método que el mismo Rimbaud describió en su adolescencia en los siguientes términos: “un largo, inmenso y deliberado desarreglo de todos los sentidos”. Y su obra tampoco es descifrable por completo, pero no obstante eso, como en la de Dante, la intensidad poética se percibe desde el primer verso.

Una temporada en el infierno comienza diciendo lo siguiente: “Antaño, si más no recuerdo, mi corazón era un festín donde corrían todos los vicios, todas las pasiones. Una tarde senté a la belleza en mis rosillas, la sentí amarga y la injurié”.

No toda la poesía es entonces una exaltación de la belleza, la bondad y la justicia. También puede ser una irritada impugnación de esos mismos valores. Y ya vamos llegando a Bob Dylan.

A finales de 1965, en San Francisco, California, en una cafetería cerca de Heigt Ashbury solían coincidir tres jóvenes muy raros: uno era barbudo y vestía con cotonas hindúes, jeans deslavados y sandalias, recitaba versos que desafiaban toda autoridad y todo convencionalismo. Otro, corpulento y hosco, escribía sin parar una novela en las servilletas. El tercero era un adolescente delgaducho, siempre pálido y ojeroso, de abundante cabellera desordenada, que tocaba su guitarra y cantaba largas y extrañas baladas, con aliento profético y resonaciones bíblicas. Se trataba de Allen Ginsberg, Jack Keroak y Bob Dylan, los ya  legendarios pioneros intelectuales del movimiento Beat, que tres años después  culminaría en el jipismo y la psicodelia.

Para Rimbaud, en la Europa del siglo XIX, unos de los componentes del pasaporte al “desarreglo de todos los sentidos” era el opio. Para Dylan, en la California de los años sesenta, era el Ácido Lisérgico, cuya fabricación y consumo por entonces ni siquiera era ilegal.

A pocas cuadras de esa cafetería estaba la librería City Light, saturada de taoísmo y budismo zen, y el propio Krishna Murti hacía su aparición en algunas conferencias. Estaba naciendo una nueva era, la del peace and love, que adoptaron varias de las canciones de Dylan como sus himnos fundacionales: Blowing in the wind, Like a rolling Stone o Things have changed, entre otras muchas. 

Por cierto entre los habituales a la mencionada cafetería de Heigt Ashbury en esa misma época estaban dos artistas salvadoreños que fueron quienes me contaron esa historia: Pedro Portillo y Ricardo Aguilar, que fueron la avanzada del jipismo en nuestro país.

Entre las canciones de Dylan, una de mis preferidas es It Ain’t me babe, y esa bellísima balada está relacionada entre mi anécdota favorita de Dylan.

 Los fervorosos fans del cantautor lo conocieron cantando letras densas, de protesta social, acompañadas por melodías muy sencillas o básicas en su guitarra acústica y su armónica, y así lo idealizaron. Un bien día Dylan desapareció por un tiempo. Retornó en un muy esperado concierto, con la novedad de que se trataba de un nuevo Dylan: con banda de rock, completamente electrificado.

Sus fans se desconcertaron, ese no era su Dylan, y comenzaron a abuchearlo. El cantante, paro la música, escuchó las protestas y luego dijo Ok, y salió del escenario. Regreso un momento después con su guitarra acústica y su armónica, ese era el viejo y querido Dylan, y cantó como al oído del público It Ain’t me Babe, que entre otras cosas dice lo siguiente:

 Tú dices que estás buscando alguien que te quiera siempre, que te prometa no partir nunca, que sea fuerte para ti y te defienda y proteja, alguien que te diga siempre que te ama , te abra todas y cada una de las puertas y recoja flores para ti… Pero ese no soy yo, baby, no no no, ese no soy yo baby, yo solo te deprimiría”.

El público comenzó aplaudiendo a rabiar, luego al percibir como Dylan enfatizaba y martillaba el coro, ese no soy yo, guardó poco a poco un silencio total, comenzó a comprender el mensaje y de nuevo estalló en aplausos.

Por último, el único libro de poemas de Bob Dylan, Tarántula, es una clara muestra del “desarreglo de todos los sentidos”, y es tan hermoso e incomprensible como El barco ebrio de Rimbaud.  


 

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