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Negocios - Expedición a China 2018, primer contacto

La atención al cliente no se detiene aunque se viaje a 305 kilómetros por hora

Episodio 4. La amabilidad es pilar fundamental del servicio chino, que gana clientes con las estrategias de mercado más allá de un sistema político o de las ideologías.

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La atención al cliente no se detiene aunque se viaje a 305 kilómetros por hora

Hangzhou, Provincia de Zhejiang.

Desde el asiento 5C, al lado derecho del tren de alta velocidad que conecta Beijing con esta ciudad, al sudeste de China, el panorama es muy visual y turístico. No solo ayudan los grandes ventanales del vagón, sino que la distancia entre la zona de ferrocarril con las ciudades por las que pasamos y las montañas del paisaje es suficiente para disfrutarlas en plenitud. No se siente la velocidad, el bamboleo es mínimo y ni siquiera hay cinturones de seguridad, como un mensaje subliminal para generar certeza.

En la clase ejecutiva en que viaja la delegación salvadoreña hay buen ambiente, los pasajeros chinos son silenciosos, recatados, educados —ayudan incluso a bajar las maletas del compartimiento superior— y las seis horas de viaje no te calan en los huesos aunque el cuerpo te reclame un poco más de atención al descanso.

Me toca ir sentado junto a Carlos Figueroa, el cineasta a quien llamamos con afecto El Chino, quien va grabando las escenas de las regiones por donde pasamos. Varios asientos adelante de nosotros va Guido Flores, el legendario periodista guerrillero de Radio Mayavisión; Javier Menjívar, el avezado colega de Gentevé que nos apoya siempre con la parte tecnológica y a quien cariñosamente ya comenzamos a llamar “El sol de Beijing”.

Rosa María Pastrán, de La Prensa Gráfica, también está pendiente de los paisajes, y con su proverbial serenidad analiza los detalles del viaje, aunque se lanza con velocidad a la entrevista cuando nos dan la conferencia sobre el tren.

Más adelante viajan Rigoberto Chinchilla, Santiago, Maryelos, Karen y Eva (autodenominadas el Ying y el Yang) y el Líder, Steven Kawas, quien no perderá tiempo para una que otra cabeceada en el trayecto.

A todos nos llama la atención, naturalmente, las velocidades que alcanza el tren. Nos lo habían afamado ya desde Beijing, al igual que “la comida y las chicas lindas” de esta ciudad cercana a Shanghai.

Lo que no nos habían dicho es que la amabilidad es también parte de la cultura china.

Y ya lejos de la política de la capital de este país, cuando es la parte de los negocios la que entra a operar, uno se percata de que la atención al cliente es principio fundamental para hacer crecer las empresas aunque estés en un país “comunista” y que los usuarios no se ganan solo por disciplina partidaria o por ideología.

Por ejemplo, desde que entramos al vagón, Fabio, uno de los profesionales asignados al grupo por parte de la Cancillería china, nos avisa que pronto un especialista nos dará detalles sobre el tren. Y dicho y hecho, en breve aparece un señor quien cuenta a la delegación sobre las velocidades máximas, el tipo de frenos, la tecnología con que se ha construido la nave ferroviaria y todo lo que se le pueda ocurrir al los periodistas.

Después viene otra sorpresa: el pastel de la Fiesta de la Luna, una de las celebraciones de estos días en China que reúne a las familias en torno a las tradiciones y donde se aprovecha para pecar un poco con la repostería.

También son muy amables las camareras que transitan con sus carritos por los pasillos de los vagones, o la que espera entre vagón y vagón a que suban y bajen los pasajeros.

No, los chinos no son como uno cree: no andan con el ceño fruncido todo el tiempo, codeando gente para pasar sin pedir permiso. Y tampoco huelen a ajo.

Incluso, el señor que va en la fila 6 aparece con mucha amabilidad para ayudarnos con el equipaje, y el joven que venía desde la parte trasera del vagón con prisa queriendo pasar al frente se detiene sin rabietas al ver que nuestra delegación está ya por descender en Hangzhou y que, muy a la usanza salvadoreña, va parada con antelación como si nunca nos hubiéramos bajado de un bus que tiene poco tiempo para permanecer en la parada.

En la estación del Este hay orden. No hay griterías, y con amabilidad también nos reciben los señores de uniforme rojo y amarillo que trasladarán nuestras maletas.

—¿Y aquí se acostumbra dar propinas? —le pregunto a Fabio, nuestro acompañante desde Cancillería.

—No, no es una costumbre en China —me responde.

Igual de amables son los guías que recogen nuestros pasaportes para encargarse ellos del check in en el hotel, o el conductor del bus que regresa con una sonrisa a su unidad para buscar la maleta de Francisco Valencia que se había quedado rezagada en el baúl.

Amable también uno de los chef del enorme salón de restaurante, quien incluso se toma la molestia para buscar en la pantalla de su teléfono y mostrarme la traducción de una de las variedades de sashimi desconocidas para este viajero.

La amabilidad china comienza a invadirnos. Y son tan sutiles que aunque hayan cerrado ya el restaurante no te echan… cierran los baños para que te veas obligado a irte a la habitación, dejar en la mesa las jarras vacías y prepararte porque mañana (o sea hoy) vas a estar con una de las personas más poderosas del mundo empresarial, en la compañía Alibaba.

Escenas del viaje

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