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Política - Cómo y por qué se dispersó la derecha (Primera entrega)

De la derecha popular al COENA oligarca

PRIMERA ENTREGA. “Ya hemos cumplido la primera parte de nuestro trabajo como partido: los comunistas ya no toman el poder en el país. Ahora nos falta la segunda parte: parar los abusos de los ricos. ARENA tiene que apretar para los dos lados, porque si no es así no hemos hecho nada”, decía Roberto d’Aubuisson.

Areneros durante un mitin de campaña.
Areneros durante un mitin de campaña.
De la derecha popular al COENA oligarca

Ese hombre ya bastante mayor sentado en la acera en plena vía pública, solo y a la intemperie, no es un vendedor callejero. A su lado, un par de cartulinas arrugadas sostenidas a modo de pancartas por unos viejos palos de escoba dan cuenta de que el hombre está protestando por pagos no cancelados. Pero tampoco se trata de un sindicalista. 

Ese hombre es el padre del dirigente arenero Gerardo Suvillaga, es la mano derecha de Tomás Regalado Dueñas, uno de los principales financistas de ARENA; luchó hombro a hombro con el mayor Roberto d’Aubuisson en los tiempos más duros y violentos de la política salvadoreña, ha sido un cuadro de ARENA durante 35 años, y hasta hace unos días fue el jefe de la directiva departamental más importante de ese partido, la de San Salvador. 

Ese hombre es el coronel Ramón González Suvillaga. Y ahora está ahí en la calle, exigiendo al Comité Ejecutivo Nacional de su partido la cancelación de varios pagos pendientes, pero sobre todo lastimado por haber sido destituido de su cargo de una manera que él considera injusta y que ciertamente no parece digna de su trayectoria.

Este penoso incidente pudiera ser el resultado de enemistades personales entre dirigentes políticos, pero esas animadversiones estallaron en una coyuntura específica: la disputa entre varias facciones por agenciarse la jefatura del partido. Y en esa pugna en la que el coronel Suvillaga apoyó de modo abierto a uno de los bandos derrotados, por lo cual los ganadores estarían pasándole la factura.    

Pero tanto los problemas  personales como los avatares de una coyuntura puntual, se ubican en un contexto determinado por el proceso histórico y político nacional, en el que las diferentes fuerzas experimentan ciclos de unificación, dispersión y reunificación.

Para comprender mejor la afirmación anterior, es conveniente considerar unas coyunturas anterior mucho más complejas.

ARENA S.A. de C.V.

En las elecciones municipales y legislativas de marzo de 2003, ARENA perdió dos diputaciones y algunas alcaldías de importancia. Tres días después de aquellos comicios, el semanario Proceso, de la UCA, publicó un análisis en el que señalaba lo siguiente:  

“Es poco lo que ARENA ha perdido, pues la aritmética legislativa favorece al bloque de derecha y la alcaldía de San Salvador ya estaba en manos de la izquierda. En términos generales, el esquema de poder municipal y legislativo no se alterará de modo significativo. Visto fríamente, entre los principales actores políticos no hay ganadores ni perdedores absolutos”. 

Pero esa perspectiva cambiaba al realizar un comparativo entre ARENA y el FMLN desde 1997. Ese año, ARENA obtuvo 28 diputados y el FMLN pasó  de 21 a 27; el 2000, ARENA subió a 29 y el FMLN a 31; el 2003 ARENA bajo a 27 y el FMLN mantuvo 31.  

Otro tanto sucedía con las alcaldías. En 1997 ARENA bajo de 206 a 160, mientras que el FMLN ganó por primera vez la de la capital; en 2000, ARENA bajó a 127, y el FMLN volvió a ganar la capital y obtuvo 10 de las 14 cabeceras departamentales; en 2003 ARENA bajo a 111, el FMLN obtuvo 74 pero entre ellas estaban las más importantes del país.   

Por esa razón es que el resultado electoral de 2003 fue asumido como una debacle. Sobre todo porque, como quiera que fuese, el FMLN pasaba a ser la primera fuerza política del país. El desconcierto inicial ante ese hecho se tradujo luego en un sentimiento de naufragio que pareció generalizado entre los areneros. 

Las bases, así como varios fundadores y líderes, manifestaron abiertamente su malestar, responsabilizando a la dirigencia del partido y al gobierno de Francisco Flores por la derrota. Los medios de prensa dieron cuenta de esos reproches y de los roces que los mismos provocaron. Una nota periodística publicada en esos días ilustra cabalmente la situación: 

“Nunca antes una derrota electoral había provocado tantas sacudidas juntas en ARENA. Las críticas saltan ahora entre representantes de las bases y diputados del partido. Y, como si se hubiese abierto un grifo, esa derrota también ha permitido escuchar, como pocas veces, tantas críticas juntas y abiertas a la conducción del gobierno, a la estrategia del partido y a algunas de sus principales figuras”. (El Diario de Hoy, 2 de abril del 2003).

No era cierto del todo. En la historia de ARENA ya existía una derrota de proporciones y consecuencias más o menos semejantes, cuando su fundador y máximo líder histórico, el mayor Roberto d’Aubuisson, perdió las elecciones presidenciales frente al demócrata cristiano José Napoleón Duarte, en 1984.

En aquella ocasión, poco antes de entrar en la campaña electoral, había ocurrido un incidente que comenzó siendo personal y terminó siendo político: el mayor Roberto d’Aubuisson se había separado de su esposa, Yolanda Munguía, y eso no fue bien visto por sus amigos y compañeros, que se lo hicieron saber de manera directa o indirecta, lo que provocó algunas fricciones en la cúpula del partido.

Hugo Barrera era entonces el segundo al mando en ARENA, el motor organizativo. Mientras Roberto d’Aubuisson aportaba su olfato político, su información privilegiada y su carisma personal, pero de un modo un tanto anárquico, don Hugo aportaba el trabajo sistemático y metódico.  

Unos años antes, cuando Roberto d’Aubuisson se empeñaba en fundar su partido, y por considerarse un perseguido político se movía en la clandestinidad, había encontrado un refugio seguro para él y su familia en la casa de don Hugo, donde habían vivido durante casi un año. En esas condiciones, y al margen de la relación política, los dos hombres habían trabado una fuerte amistad personal. 

No era necesario discutirlo: la fórmula de ARENA para las elecciones de 1984 estaría naturalmente compuesta por el mayor d’Aubuisson y don Hugo. Pero por esos días, al igual que otros dirigentes areneros, don Hugo, un hombre casero y convencional en los asuntos familiares, reconvino fuertemente a su amigo por el abandono a doña Yolanda. Roberto d’Aubuisson se molestó  y algo se quebró entre ellos.  

Pocos días después, el mayor d’Aubuisson le pidió a don Hugo que declinara su intención de correr por la vicepresidencia. Alegaba que, juntos, constituían una fórmula demasiado dura políticamente, y que al partido le convenía dar una señal de apertura y pluralismo. En esa dirección había pensado que el candidato a la vicepresidencia podía ser un hombre externo a las filas areneras, y propuso a Carlos Enrique Palomo, ligado al Partido de Conciliación Nacional. 

Don Hugo aceptó declinar, pero solo a condición de que quien lo sustituyera fuera otro arenero. Roberto d’Aubuisson insistió en su propuesta, pero don Hugo también se mantuvo firmemente en la suya, y no llegaron a ninguna resolución. 

Prácticamente ningún dirigente arenero estaba de acuerdo con el mayor d’Aubuisson en ese punto. Armando Calderón Sol llegó a decirle: “Estás equivocado, Roberto, las bases quieren a Hugo en la fórmula. Con esa decisión vas a destruir al partido”. Pero, confiado en la fortaleza de su ascendencia sobre las bases partidarias, el mayor decidió sostener su postura hasta el final. Sin embargo, en la asamblea en que daría a conocer su propuesta, ocurrió algo que no se esperaba. 

Él, naturalmente, fue aclamado por unanimidad como candidato a presidente, y cuando ya se aprestaba a anunciar el complemento de la fórmula, las bases, en pleno, comenzaron a aclamar a don Hugo en forma abrumadora. Roberto d’Aubuisson, sorprendido, se volvió a quienes lo acompañaban en la mesa directiva, que también apoyaban a don Hugo, y con una carcajada les dijo: “Ya me jodieron, ustedes. Está bien”. Y ya no dijo a las bases nada de su propia propuesta. 

Pero, en privado, volvió a pedirle la declinación a su amigo, quien de nuevo plateó el mismo argumento: “Declino, pero sólo por otro arenero”. El mayor d’Aubuisson lo miró muy serio a los ojos y le dijo: “Hugo, echémonos un trago, y ya no hablemos más de esto. Sigamos juntos, pues”. Pero perdieron las elecciones, y la derrota hizo que los agravios personales afloraran de nuevo.  

Cundió la desmoralización y la deserción entre las bases, y cuatro de los dirigentes más importantes de ARENA, entre otros, también se alejaron del partido: Billy Sol Bang, Armando Calderón Sol, Mauricio Gutiérrez Castro y Hugo Barrera. Los tres primeros no llegaron a la ruptura orgánica, pero estuvieron varios meses sin participar en las actividades partidarias. El caso más grave fue el de Hugo Barrera, que decidió fundar otro partido. 

 “Déjenlos que se vayan, ya volverán más tarde. El arenero de corazón siempre regresa al partido”, dijo Roberto d’Aubuisson. Y ciertamente regresaron todos, trabajaron unidos, resurgieron de las cenizas y en 1989 llevaron a Alfredo Cristiani a la presidencia de la república. 

Ahora regresemos a la coyuntura de 2003. En aquél momento el COENA estaba constituido, en su mayoría, por un grupo de hombres sumamente exitosos en el mundo de los negocios, pero sin mayor experiencia en la actividad política y la conducción partidaria. Por otra parte, la gestión del presidente Francisco Flores se percibía como lejana a las aspiraciones más inmediatas de la población. Esa mezcla de inexperiencia y de lejanía explicaba el resultado electoral negativo según el comentario generalizado.  

Antiguos líderes partidarios que se sentían desplazados alegaron que ARENA había perdido mística e identidad ideológica. Una de las fundadoras históricas de ARENA, Gloria Salguero Gross, llegó a decir que, con aquél COENA, el partido se había privatizado y  convertido en ARENA S.A de C.V. Entre las mismas filas areneras se comenzó a hablar del “COENA oligarca”. 

Ese tema no era nuevo en ARENA. Luego de la derrota electoral de 1984, Roberto d’Aubuisson, convencido de que él   jamás contaría con la anuencia y mucho menos con el apoyo de los Estados Unidos, voluntariamente y contra la opinión de las bases (que no concebían que el mayor d’Aubuisson dejara de ser el jefe del partido y su candidato natural), dio un paso al costado y llevó a Alfredo Cristiani a la presidencia del COENA, perfilándolo así, desde ese momento, como su candidato para las elecciones presidenciales de 1989.

Alfredo Cristiani, por entonces un recién llegado al partido, no solo “no había sudado la camiseta” sino que también era uno de los hombres más ricos del país. Algunos areneros históricos, como Orlando de Sola y Alfredo Mena Lagos, partidarios de lo que denominaban la derecha popular, plantearon que, con ese movimiento, el mismo Roberto d’Aubuisson había entregado el partido al gran capital. 

El malestar ante la llegada de Alfredo Cristiani y su grupo de amigos del gran capital, y sus asesores técnicos, se expresaba en detalles hasta insignificantes: en las paredes de la sede central de ARENA comenzaron a aparecer maliciosas cartulinas alusivas: “Aquí sólo valen los que han sudado la camiseta”. Ante eso, Roberto d’Aubuisson sentó su postura con tono firme: 

“En el centro de nuestra bandera partidaria está el signo de adición, y cuando nosotros expresamos desde el principio que nacíamos con la voluntad de sumar, no estábamos diciendo una mentira. ARENA no es un círculo de compadres, un club de conocidos o un grupúsculo de iluminados. ARENA es un proyecto nacional en el que caben todas las fuerzas, todos los hombres y mujeres que vengan dispuestos a trabajar por el país”.

En contrapartida, otro de los fundadores del partido, Fernando Sagrera, asegura que después de la primera victoria presidencial de ARENA, el mismo Roberto d’Aubuisson sostenía lo siguiente: “Ya hemos cumplido la primera parte de nuestro trabajo como partido: los comunistas ya no toman el poder en el país. Ahora nos falta la segunda parte: parar los abusos de los ricos. ARENA tiene que apretar para los dos lados, porque si no es así no hemos hecho nada”. 

Esa contradicción entre derecha popular y derecha empresarial, o derecha política y derecha económica, como se verá más adelante cobraría un nuevo impulso. En todo caso, en la derrota arenera de 2003, algunos diagnosticaron una crisis terminal, mientras que otros clamaron por el regreso del liderazgo histórico a la dirección partidaria para una urgente operación de rescate. 

Voces más serenas pidieron entonces comprender el desgaste natural que para ARENA implicaba la continuidad en el ejercicio del gobierno (catorce años continuos hasta ese momento), pero también plantearon la necesidad de importantes rectificaciones. 

El mismo Alfredo Cristiani reconoció que, en el esfuerzo por mantener la estabilidad macroeconómica del país después del desastre de la guerra, las administraciones presidenciales areneras habían ido desatendiendo gradualmente la otra dimensión de la economía social de mercado: la del bolsillo y del bienestar general del salvadoreño de a pie.  

Sin embargo, la gama de las críticas fue bastante más amplia y no muy sutil. Al calor de la coyuntura, se pasó de los argumentos políticos a los ataques personales, lo que provocó la reacción de los aludidos. Esa refriega pública fue generando la imagen de un partido al borde del colapso. Y lo grave era que semejante situación tenía lugar ante la inminencia de las elecciones presidenciales del año 2004, sobre las cuales nadie se atrevía a vaticinar nada bueno para ARENA. 

Pero si bien los reproches y los roces eran una realidad, también era una realidad, aunque más de fondo y menos publicitada, el hecho de que aún en medio de los jaloneos y los dimes y diretes coyunturales, comenzaban a gestarse esfuerzos institucionales para calmar las aguas, y para pasar del descontento a la reflexión, del señalamiento de presuntos culpables al diagnóstico objetivo, de las meras disputas a la implementación oportuna de las medidas de recuperación.

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