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Política - Columna de opinión

Polarización, el pleito inútil

Cuando en un país cobran fuerza dos facciones políticas cuyos objetivos se presentan como irreconciliables, el costo de la querella entre las partes lo termina pagando el conjunto social. A esto es que nos referimos cuando hablamos de polarización en nuestro país. Ese es el lastre que ha conspirado contra el desarrollo nacional.

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Polarización, el pleito inútil

Un partido por definición no es un entero, es decir que solo representa los intereses de una parte de la sociedad. Pero suele suceder que un partido, pretendiendo representar los intereses superiores del conjunto social, no considere a sus contrapartes como adversarios con los que debe competir, sino como enemigos a los que debe suprimir.   

Y cuando en un país cobran fuerza dos facciones políticas cuyos objetivos se presentan como irreconciliables, el costo de la querella entre las partes lo termina pagando el conjunto social. A esto es que nos referimos cuando hablamos de polarización en nuestro país. Ese es el lastre que ha conspirado contra el desarrollo nacional. Basta echar una mirada a nuestra historia.  

En el libro titulado “La economía de El Salvador”, de Héctor Lindo Fuentes, se lee el siguiente párrafo: “Hacia fines del siglo XIX, El Salvador había logrado un crecimiento económico regular y una gran desigualdad social. El crecimiento económico estaba asociado con la formación de una muy pequeña y poderosa élite que estaba en condiciones de utilizar el aparato del estado en función de sus propios intereses”.

Pues bien, esa élite oligárquica comenzó a gestarse a mediados de aquél siglo y a partir del cultivo y la exportación del café. Unos eran liberales y otros conservadores. El pionero de ese grupo fue Francisco Dueñas, líder indiscutido de los conservadores, quien entre 1851 y 1871 ejerció la presidencia de la república en cuatro ocasiones. Su mayor enemigo, a quien derrocó del poder y fusiló, fue el liberal Gerardo Barrios.

Pero había sido el mismo Barrios el que durante su periodo presidencial, 1859-1863, iniciara la transferencia de tierras del dominio público al sector privado, “bajo la única condición de que se utilizaran para producir café”. Cuando, a su vez, Dueñas fue derrotado por los liberales, estos culminaron la privatización de las tierras ejidales y comunales, en 1881 y 1882, mediante una reforma que en uno de sus decretos señalaba lo siguiente:

“La existencia de tierras bajo la propiedad de las comunidades impide el desarrollo agrícola, estorba la circulación de la riqueza y debilita los lazos familiares y la independencia del individuo. Su existencia contraría los principios económicos y sociales que la república ha adoptado”.

La batalla entre las facciones liberales y conservadoras había comenzado muy poco después de lograda la independencia de España, en 1821, y tenía por escenario toda la región centroamericana. Todo era una continua agitación violenta plagada de conspiraciones, insurrecciones, batallas, golpes de estado, destierros y fusilamientos de caudillos. El enfrentamiento entre ambos bandos fue incesante y a menudo sangriento. ¿Pero por qué peleaban con tanto encono?

En un ensayo titulado “Liberales contra conservadores. Las facciones políticas en El Salvador del siglo XIX”, de Carlos Malamud, leo este otro párrafo: “El régimen de Gerardo Barrios más que liberal puede denominarse absolutista, pues buscó la transformación sociopolítica del país a través del culto a su personalidad, la violencia a cualquier precio, utilizando el método del despotismo ilustrado. En cambio, estadistas como Francisco Dueñas, denominado conservador, fueron liberales constitucionalistas”.

Según Malamud, tanto los liberales como los conservadores deseaban construir un régimen republicano basada en los principios de soberanía del pueblo, sufragio, división de poderes, libertades civiles y políticas y preceptos morales o religiosos. La diferencia capital, a su juicio, es que los primeros se basaban en la noción de federalismo y los segundos en la del centralismo. 

Lo cierto es que por esa diferencia nuestro siglo XIX fue más de pólvora y degüello que de esfuerzos nacionales constructivos. Así, en el libro ya mencionado, Héctor Lindo Fuentes advierte que, aunque la universidad fue fundada en 1841, todavía en 1898 el Directorio Comercial listaba solamente 11 ingenieros (5 de los cuales eran extranjeros), 189 abogados y 144 médicos. Esos eran todos los profesionales que había en el país.   

Puntualiza Lindo Fuentes: “Había tan pocos individuos educados que los caficultores y los políticos salieron del mismo estrato social. Los mismos que organizaron las instituciones del Estado, y le asignaron su papel en la economía, también organizaron la producción de café. A pesar de las divisiones internas dentro de la élite estaban de acuerdo en orientar las actividades del Estado en función de facilitar la agricultura de exportación”.

Es decir, liberales y conservadores podían hacerse la guerra entre ellos, pero coincidían en el uso del aparato de Estado en beneficio de sus propios intereses económicos… Solo hace falta anotar con una sonrisa triste que cualquier coincidencia con el presente es una mera casualidad.

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