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Política - Reportaje especial (Cuarta entrega)

El resistible ascenso de una derecha criminal

En nuestro país, el régimen militar de derecha se impuso a partir de la represión del alzamiento insurreccional, campesino e indígena, que el entonces naciente partido comunista salvadoreño intento dirigir en 1932.

Hitler
El resistible ascenso de una derecha criminal

En los países democráticos occidentales, que habían alcanzado altos niveles de desarrollo económico, los principios liberales sufrieron graves distorsiones, sobre todo por la tensión existente entre los imperativos de la libertad y los de la igualdad. 

En el interior de esos países, la opresión hacia las minorías raciales y el abuso de los grandes propietarios contra los trabajadores. Al exterior, la dominación y explotación imperial y colonial de las naciones subdesarrolladas de la periferia.

Con todo, los valores y las instituciones del liberalismo progresaron y se extendieron a lo largo del siglo XIX. Sin embargo, en el libro “Historia del siglo XX” de Eric Hobsbawm leo el siguiente párrafo: “Considerando el mundo en su conjunto, en 1920 había treinta y cinco o más gobiernos constitucionales y elegidos (según como se clasifique a algunas repúblicas latinoamericanas), en 1938, diecisiete y en 1944 aproximadamente una docena”. 

Recuérdese que para entonces la tercera parte de la población mundial, el llamado mundo subdesarrollado, vivía bajo el régimen colonial, y que, por otro lado, los comunistas rusos habían instaurado la dictadura del proletariado en la sexta parte de la superficie del planeta. 

Pero aquel retroceso de las democracias, del que habla  Eric Hobsbawm, no era provocado por una oleada revolucionaria de la izquierda, como en efecto sucedería algunos años después, sino exclusivamente por la derecha. Entre 1922 y 1938 se entronizaron en Europa tres dictaduras brutales: la de Benito Mussolini en Italia, la de Adolfo Hitler en Alemania y la de Francisco Franco en España. 

Se trataba de una extrema derecha dictatorial y militarista, que proclamaba abiertamente el predominio de la fuerza por sobre la razón. Esos regímenes no fueron menos totalitarios, expansionistas y genocidas que los de sus enemigos de la izquierda entronizados en Rusia. Si Hitler suprimió las libertades, reprimió y asesinó a millones de personas en los campos de concentración y exterminio, y si sometió a sangre y fuego a otros países europeos, exactamente lo mismo hizo Stalin en la URSS.  

Y tanto el fascismo con diversos matices ideológicos, pero básicamente autoritario y represivo, como el socialismo marxista leninista, comenzaron a extenderse por el mundo de la periferia en África, Asia y América Latina. 

Es cierto que la izquierda comunista, articulada en el denominado Movimiento Comunista Internacional, era promovida desde Moscú, pero también es verdad que la extrema derecha dictatorial fue tolerada y hasta estimulada por las democracias occidentales y, en el caso latinoamericano, por Washington.

El fascismo agresivo que llegó a parecer arrollador, y que casi puso de rodillas a toda Europa, fue finalmente derrotado en 1945, en la Segunda Guerra Mundial, por una insólita y fugaz alianza entre lo lo que quedaba de las democracias occidentales y los comunistas de la Unión Soviética. 

Entre tanto en América Latina, con el pretexto de defender del expansionismo comunista a las incipientes y débiles democracias de la región, las mismas comenzaron a ser gradualmente cancelada por férreas dictaduras militares. Pero ya he dicho que ciertamente el expansionismo comunista no era una invención sino una realidad galopante. 

En nuestro país, el régimen militar de derecha se impuso precisamente a partir de la represión del alzamiento insurreccional, campesino e indígena, que el entonces naciente partido comunista salvadoreño intento dirigir en 1932.

Trece años después, hacia el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945, comenzaba la guerra fría entre las democracias capitalistas de occidente, encabezadas por Washington, y el para entonces ya extendido bloque comunista internacional encabezado por Moscú. Era ya el máximo grado de la confrontación ideológica, entre la derecha y la izquierda, a escala planetaria.

América Latina y El Salvador

En 1959, los revolucionarios cubanos, comandados por al abogado Fidel Castro y el médico Ernesto Guevara, tomaron el poder por las armas e impusieron un régimen comunista subsidiado por la Unión Soviética. Cuba se convirtió desde entonces en un foco de irradiación izquierdista hacia toda América Latina. La derecha de la región, apoyada por los Estados Unidos, cerró filas contra la insurgencia revolucionaria.   

Sin embargo, los primeros brotes guerrilleros comenzaron a surgir a lo largo y ancho de todo el subcontinente, hasta que a partir de la década de los 70 prácticamente toda la izquierda de la región se volcó hacia la lucha armada, proliferando los atentados y asesinatos selectivos, asaltos, secuestros y ataques a puestos policiales y militares. La respuesta represiva de las autoridades gubernamentales no fue menos violenta.

Las guerrillas izquierdistas fueron desarticuladas o aniquiladas en varios países latinoamericanos, pero en Colombia, Perú, Nicaragua, Guatemala y El Salvador no solo lograron sobrevivir sino que crecieron y se fortalecieron hasta constituir verdaderos ejércitos insurgentes.

En El Salvador, el ciclo del régimen militar concluyó en 1979, con un golpe de Estado que quebró la alianza entre los militares y la oligarquía, provocando la dispersión de la derecha tradicional. Pero la crisis política y social ya era indetenible y, dos años después, dio paso a la guerra civil.   

Fue justo en ese momento de enfrentamiento total y a muerte cuando tanto la derecha como la izquierda pasaron de la dispersión a la unificación. La primera se concentró en la Alianza Republicana Nacionalista, ARENA, y la segunda constituyó el Frente Farabundo Martí para la liberación Nacional, FMLN. Dos fuerzas extremas y excluyentes, empeñadas explícitamente en la aniquilación mutua.  

David Escobar Galindo, uno de nuestros intelectuales más lúcidos y mesurados, en su libro El subsuelo de los volcanes, publicado en 1997, nos ofrece al respecto un panorama y balance de aquella fase de nuestra historia.

“En nuestro país, se fue configurando a lo largo del tiempo un sistema de vida caracterizado por la preeminencia de la fuerza, con sus secuelas de arbitrariedad, abuso e intimidación. Ese principio autodestructivo no solo moldeó el esquema político, sino que fue impregnando todas las relaciones sociales, familiares y personales, hasta hacer creer que la fuerza, convertida en violencia institucionalizada y en violencia revolucionaria, sería el motor de la salvación nacional”. 

¿A que nos llevó esa deificación de la fuerza por sobre la racionalidad? Escobar Galindo responde en su libro: “En lo político a un modelo hegemónico: en lo económico y social, a un modelo excluyente; en lo cultural, a un modelo de rechazo”. Y sobre la dinámica perversa de la polarización ideológica, puntualiza:

“Durante mucho tiempo, las vanguardias, tanto de derecha como de izquierda, fueron presa de un radicalismo que degeneró en paranoia. Después de haber transferido progresivamente su potencialidad política al sector militar, a partir de la cirugía brutal de 1932, la derecha se encontró, en 1979, con que la Fuerza Armada hacía otras alianzas, como resultado de la emergencia provocada por el quiebre del modelo formalmente establecido”.

Y agrega:

“La izquierda salvadoreña, por su parte, por las condiciones primitivas de nuestra vida política tradicional, nació y sobrevivió en la clandestinidad, habiendo llegado a acostumbrarse constitutivamente a ese estado. La guerra desatada a fines de los años setenta alimentó tal condición hasta límites inimaginables. E hizo florecer, por contrapartida macabra, los mecanismos clandestinos del poder establecido que, por su propia naturaleza excluyente y abusiva, tenía que operar en gran medida desde la sombra  de la crueldad impune”.

Ya hacia la parte final de su libro, Escobar Galindo señala: “La historia de la derecha en el país es la saga de sus cegueras. La historia de la izquierda es la de sus alucinaciones”. Y concluye con la siguiente advertencia:

“Ningún grupo, por iluminado que se crea, es capaz de imponer la fórmula de desarrollo a la sociedad entera. Tal fue el espejismo que extravió a los marxistas. Ningún sector, por pragmático que pretenda ser, tendrá la suficiente razón histórica para monopolizar el futuro. Tal es el espejismo que puede extraviar a los neoliberales. Hay que aceptar que la verdad política, económica y social es plural”.

Próxima entrega: Una breve luna de miel entre el capital y el trabajo.

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