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Sucesos - ¿Quién mató a Gilberto Soto? Sexta entrega

“Aló, no le des más vueltas, nosotros lo matamos” 

“Todavía tengo en mis manos el arma que se utilizó en el homicidio. El vehículo que se usó siempre lo he tenido ubicado, y fotografías que yo mismo he tomado de tres de los cinco señores que estuvieron conmigo en la oficina”, dijo el informante.

Miembros de la PNC de El Salvador en un desfile. Imagen de referencia. AFP.
Miembros de la PNC de El Salvador en un desfile. Imagen solo de referencia ilustrativa. AFP.
“Aló, no le des más vueltas, nosotros lo matamos” 

No  conocía a Leonel Gómez personalmente pero a principios de 2005 me llamó por teléfono. En ese momento yo estaba publicando en La Prensa Gráfica un extenso reportaje por entregas semanales sobre el mayor Roberto d’Aubuisson, y él quería darme información sobre el tema.

Fui a su casa no sin ciertas reservas porque durante los ochentas, en los corrillos de la izquierda armada, su nombre se asociaba con insistencia y vaguedad a la CIA. Era un hombre alto, grueso y muy blanco que bien podría pasar por un gringo típico. Mientras él preparaba café, recorrí con la mirada las fotografías enmarcadas que colgaban de las paredes de su estudio. 

En una aparece junto a varios comandantes guerrilleros salvadoreños y al Secretario de Estado norteamericano Bernard Aronson, que departían en una cafetería de Nueva York durante un receso de las negociaciones de paz entre el gobierno y el FMLN. En otras fotos aparecía junto a Lech Walessa o a Fidel Castro, a Nelson Mandela o a Mijail Gorvachov, y otros personajes de esa talla. “¿Tu trabajas para la CIA?”, le pregunté a quemarropa.

Sonrió sin inmutarse y sacó de su escritorio algunos cartapacios con recortes periodísticos y otros documentos. Había sobre todo artículos del Washington Post y del New York Times. Leyendo los párrafos marcados me fui haciendo un perfil de mi anfitrión: un experto salvadoreño que había realizado varias investigaciones especiales para el Congreso de los Estados Unidos, entre otras, la del asesinato de los jesuitas en El Salvador, y del magnicidio de Monseñor Juan Gerardi en Guatemala.

Los grandes medios norteamericanos lo citan como una voz autorizada en relación a los problemas políticos y de seguridad en Centroamérica… Entiendo su respuesta indirecta a mi pregunta: un agente de la CIA no puede ser al mismo tiempo un investigador especial del Congreso. La ley misma lo prohíbe. Total, se convirtió en una de mis mejores fuentes de información para mi reportaje y nos hicimos amigos, pero el casi siempre estaba en Washimgton.

 Y fue precisamente en Washington donde Francisco Soto solicitó a los Teamsters que Leonel investigara el asesinato de su hermano Gilberto. Ñps Teamter se reunieron con Leonel en la oficina del congresista Jim McGovern, que estaba muy interesado en el caso Soto. Después de esa reunión, y desde esa misma oficina, Leonel me llamo por teléfono a San Salvador. 

—Ya leí tus reportajes sobre el sindicalista —me dijo. 

—Sí, pero después de hablar aquí con medio mundo al respecto, estoy confundido… ¿Tú sabes quién mato a Gilberto Soto?

—Lo importante no es quien disparó, sino quien dio la orden y cuál fue el motivo… Los Teamsters quieren que se haga una investigación paralela para saber eso.

—¿Te encargarás de eso?

—Es posible… Las autoridades ahí lo han hecho todo tan mal que han generado la sospecha de que están encubriendo a los verdaderos culpables, aunque eso no sea necesariamente cierto. Por otra parte, la embajada norteamericana parece estar aceptando la versión oficial de manera bastante pasiva, aún con todas las enormes inconsistencias que esa versión presenta. 

—¿Y allá en Washington que dicen?

—En teoría, el asesinato de cualquier ciudadano norteamericano tendría que generar la reacción inmediata del Departamento de Estado y del Departamento de Justicia, el FBI ya tendría que estar involucrado en esto. Pero no ha sido así.

—¿Por qué?

—Ojalá me equivoque, pero uno podría pensar que la indiferencia se debe a que la víctima es un latino de piel morena, y medio comunista o amigo de comunistas, por añadidura. Pero hay un muerto, y eso tiene implicaciones legales y morales. Algunos congresistas, como Jim McGovern y Patrick Leahy, ya han comenzado a tomar criterio sobre este caso que, siendo técnicamente muy sencillo de resolver, está convirtiéndose en un problema político de consecuencias imprevisibles.

—Tan grave es la cosa?

—Salgo mañana mismo para San Salvador, si hago la investigación necesito que me ayudes a documentar el caso, pero lo hablamos mañana. 

Leonel comenzó de inmediato su investigación en el terreno, y mi tarea fue documentar a su lado todo el proceso. En poco tiempo descartó la teoría oficial, fundada en un supuesto móvil pasional y económico, porque no le pareció técnicamente sustentable. Según su análisis y su experiencia en relación a los sistemas de justicia de los países premodernos, como el solía decir, el conjunto de las actuaciones de las autoridades configuraban un caso típico de encubrimiento en el que juntaba el crimen organizado y la política.  

Entre tanto, y ya como uno de los frutos de los primeros informes que Leonel envió al norte el 13 de enero de 2006, un mes antes de que se celebrara el juicio contra los presuntos autores materiales e intelectuales, un funcionario del Senado de Estados Unidos arribó discretamente a San Salvador para reunirse en privado con el presidente de la República, Elías Antonio Saca. Se trataba de Tim Rieser, el principal asesor de senador Patrick Leahy en asuntos de asistencia económica internacional. 

Patrick Leahy es la mano fuerte del influyente Comité de Apropiaciones del Senado, que es el encargado de determinar las asignaciones presupuestarias a las diferentes agencias gubernamentales de los Estados Unidos. 

Un par de semanas después de la visita de Rieser, el senador Leahy envió al presidente Saca la siguiente carta:

Honorable Elías Antonio Saca

Presidente de la República de El Salvador

Querido Presidente Saca:

Quiero agradecerle por reunirse con Tim Rieser, miembro de mi Comité de Apropiaciones. Hay varios asuntos referidos a las relaciones entre El Salvador y los Estados Unidos que son de permanente interés para mí y otros miembros del Senado; particularmente la reforma del sistema judicial y la aplicación de su gobierno para recibir asistencia de los Fondos de la Cuenta del Milenio.

También quiero hacer mención del caso de José Gilberto Soto, un nativo de El Salvador, ciudadano de Estados Unidos y oficial del sindicato de los Teamsters, quien fue asesinado en Usulután el 5 de noviembre de 2005. De acuerdo con la información que he recibido sobre este caso ha sido seriamente mal manejada. Es esencial tomar los pasos necesarios para corregir estos problemas y garantizar que se haga justicia.

 El mensaje está escrito en lenguaje diplomático, y traducirlo al leguaje práctico no es muy difícil: o investiga de verdad el caso Soto o no habrá dinero para su Fomilenio.

La llamada del supuesto asesino

El juicio se celebraría en febrero de 2006. Dos semanas antes yo estaba en mi oficina y sonó el teléfono: “Aló, Geovani, no le dé más vueltas, nosotros matamos al sindicalista, soy policía”, me dijo un hombre que solo se identificó como Alí. Me aseguró que estaba dispuesto a contar toda la verdad a los Teamsters, y en el entendido que yo podía servir como intermediario, me haría llegar un adelanto de la información para que yo entendiera que él estaba hablando en serio. 

Pocos días después me envió el siguiente texto vía fax, del cual excluyo unas pocas líneas por considerar inconveniente su publicación: 

“Yo formé parte del comando que realizó este homicidio, que se había planificado en una oficina de un edificio ubicado en la calle Modelo de San Salvador. No quiero especificar quiénes eran los señores que estaban solicitando el encargo (señores empresarios de alto nivel y una persona cercana a la política).

“Yo soy un expolicía. Fui depurado de la corporación policial por actos arbitrarios, fuera del orden, pero fui reclutado por un subcomisionado que también había sido depurado, pero fue reinstalado bajo un nuevo cargo. 

“Yo con otros cinco sujetos más, también ex policías que trabajaban bajo la sombra de dos empresas de seguridad, éramos o más bien somos los que realizamos el trabajo sucio de la corporación policial. 

“Cuando se cometió el homicidio del señor Soto solamente fuimos tres los que íbamos ejecutar y el motorista. En la bicicleta que se decomisó iba yo, y me sirvió para identificar al encargo. Esa bicicleta era de un sobrino. Él no tenía nada que ver ya que él (mi sobrino) inocentemente me la prestó. 

“Los medios se encargaron de lo demás con la captura de los supuestos homicidas, Pero también los medios se encargaron de difundir la noticia de la recompensa que estaban ofreciendo por dar con los homicidas, y ahí estaba ya el trabajo de la policía, unos pandilleros y la persona que les pagó por el asesinato.

“Ahí estaba la mentira, inmediatamente busqué el número para comunicarme con las personas que querían la información del homicidio. Llamé y empecé a dar información. Yo cometí el error de dar el nombre de una persona que se presentó en las reuniones que tuvimos en la oficina que al principio de esta nota les manifiesto.

“El teléfono al que llamé es de una oficina de inteligencia de la embajada de Estados Unidos (…) Yo me comuniqué varias veces a ese teléfono. Me dieron un código y luego me citaron a un restaurante a inmediaciones de la embajada americana.  

“Por los conocimientos policiales que he tenido no llegué a la reunión con todo esto, y lo más raro es que un mes después muere uno de los sujetos que me acompañó a Usulután, y el otro es desaparecido. Eso me hizo sospechar. 

“Cambié de lugar a mi familia y yo tuve que emigrar. Lamentablemente no llegué donde yo quería y tuve que regresar. Ahora me encuentro trasladándome de un lugar a otro y moviendo a mi familia. 

“Todavía tengo en mis manos el arma que se utilizó en el homicidio. El vehículo que se usó siempre lo he tenido ubicado, y fotografías que yo mismo he tomado de tres de los cinco señores que estuvieron conmigo en la oficina. 

“Esto no ha terminado. Sólo quiero comunicarme con el señor Francisco Soto para decirle que no fui yo quien asesinó a su hermano, decirle de donde dependió el homicidio, y el motivo, las personas que estuvieron ahí el día del encargo.

“En la procuraduría (de la defensa de los derechos humanos) quise entrevistarme con el licenciado (dice un nombre) pero habían inconvenientes porque siempre me citaban a lugares extraños, a pesar de las controversias entre la procuraduría y la PNC”. 

Por el carácter anónimo de la comunicación, y porque “Alí” no respondió nunca a las llamadas al teléfono que me dejó para contactarlo, pensé que el asunto no tenía mayor seriedad. Sin embargo, Leonel no descartaba un recontacto de Alí, estaba permanentemente pendiente de ello y decía que su relato le hacía sentido en el cuadro de la hipótesis que él mismo estaba formulando...

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