• Diario Digital | lunes, 18 de marzo de 2024
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Sucesos - San Francisco Gotera, Morazán

María, una mujer presa afuera del penal de Gotera

Esta anciana sabe todo lo que pasa adentro del penal, porque desde su casa se escuchan los gritos y las balas de las trifulcas. También ha visto pasar a los que lanzan la droga y los teléfonos al interior del penal. 

Casas que se ubican fuera del penal de Gotera
Vista de las casas que se ubican fuera del penal de Gotera. Foto: El Salvador Times.
María, una mujer presa afuera del penal de Gotera

María (nombre ficticio) está presa desde hace 20 años en su vivienda. A sus más de 60 años, se ha acostumbrado a ser vecina de homicidas, pandilleros, violadores y extorsionistas. Esta mujer vive en los alrededores del penal de San Francisco Gotera, que desde 2016 se convirtió en uno centro con medidas extraordinarias de seguridad. Por eso, su casa pasa casi siempre custodiada y las personas no pueden entrar ni salir libremente de la colonia.

María es una mujer mayor, dice conocer que pasa al interior del penal, y aunque no esté dentro de este, hasta su casa se escuchan los gritos cuando hay trifulcas y cuando los internos se matan unos con otros, los balazos de los custodios y todo el procedimiento de seguridad en el contorno.

“En las noches se oye muy bien cuando ellos gritan porque los están matando, a nosotros eso ya no nos asusta, al menos yo tengo 20 años de vivir aquí. Antes de que hicieran esas famosas medidas todo era peor, había más muertos ahí dentro”, relata.

María sabe muy bien quienes están resguardados en el recinto carcelario. Ella sabe que son pandilleros los que ahí guardan prisión, sabe que son peligrosos, pero cree que nunca van a salir a agredirlos.  

"Antes era más peligroso"

“Antes quizás era más peligroso, porque acá afuera hasta se ponían a fumar los muchachos, ahí donde está  esa acera del penal -dice señalando afuera de su casa-. Nosotros sabíamos que ellos no eran buena pieza, sabíamos que venían por algo, pero nunca nos metíamos con ellos, ni ellos con nosotros”, cuenta.

Los vecinos lo ven todo, ellos saben que los contornos del penal también son de cuidado y que hace años muchas casas que colindan con el recinto fueron allanadas porque desde ahí les lanzaban objetos prohibidos a los presos.

“Pero las cosas no las pasaban solo por esas casas, ahí también salía corriendo un muchacho tirando los paquetes, usted ya sabe qué llevaban ahí”, cuenta con cautela para que no la escuchen las personas que pasan frente a ella.

La anciana sabe también donde están ubicados los bloqueadores de señal de telefonía y conoce hacia dónde se pueden mover las personas para poder hacer llamadas; “váyase al maquilishuat, ahí siempre hay señal”, dice en referencia a un árbol que linda con un hermoso parque para los niños, “ese parque casi siempre está solo”, añade.

Ya no vende como antes

Aunque María vive afuera del penal, ella y todas las familias en esos alrededores también tienen su vida privada de libertad, pues las autoridades restringen muchas cosas debido a las medidas que se aplican en el penal.

Su vida y la de los vecinos, asegura, tomó un giro desde marzo pasado, cuando se endurecieron las medidas en la penitenciería.

“Yo vendía con la gente que venía a visitar a los presos, ahora me han quedado las dos refrigeradoras, las cafeteras y unas galletas. Lo mismo pasó en aquella casa donde venden comida, la señora que vende gaseosas y también la de las tortillas”, agrega.

Tampoco quieren abandonar su vivienda, de otra forma ya lo habrían hecho. Su situación es paupérrima y eso lo delata la construcción de sus casas y algunas instalaciones si reparar.

Ella está acostumbrada a ver el traslado de reos, el maltrato que reciben cuando esto sucede, pero también sabe que es un reto vivir frente a la muerte.

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