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Política - Secuestro y asesinato de Ernesto Regalado Dueñas

El general heroico entre una rubia y la marihuana

TERCERA ENTREGA. La tarde del 16 de julio 1970, Medrano fue a casa de Miriam a buscar a su hijo. Julito y los jipis estaban en la sala, recostados en grandes almohadones tirados en la alfombra, departiendo un banquete de frutas frescas y mariguana. Miriam le explicó que en ese momento iniciarían un “trip” (viaje) y le mostró las dosis de ácido lisérgico adheridas a pequeños trozos de celuloide.

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El general Medrano era un ferviente enemigo de los muchachos que usaban drogas en los años 70... hasta que hizo su primer viaje de LSD.
El general heroico entre una rubia y la marihuana

En resumen, lo que el general Medrano dijo en aquella reunión de generales fue que el ministro de Defensa, Torres, y el presidente Sánchez Hernández se habían robado más de 20 millones de dólares.

Para financiar la guerra contra Honduras, en 1969, los militares salvadoreños pidieron apoyo a las 14 familias millonarias. Después de 100 horas de combates, durante las cuales las tropas salvadoreñas se internaron a sangre y fuego en el país vecino, la Organización de Estados Americanos negoció o más bien impuso el cese del fuego. 

Al regresar de la campaña, los militares salvadoreños fueron recibidos como héroes por el pueblo entero. Entre todos ellos se destacó el general Medrano, en torno a quien se tejió un mito en el que se mezclaron hazañas reales e imaginarias. El temible hombre de la represión se convirtió en el favorito de las masas populares. 

Sin embargo, pasada la euforia y vueltos a la rutina, llegó la hora de hacer las cuentas, y las tales cuentas no le cuadraban a nadie. En aquella reunión de generales, Medrano gritó que poseía pruebas del supuesto robo, y que llevaría su denuncia hasta las últimas consecuencias, cayera quien cayera. 

Pero también advirtió que no estaría solo en esa batalla, pues el tesorero del fondo que los millonarios habían donado para la guerra, estaba dispuesto a denunciar el fraude. Y según la versión difundida después por el mismo Medrano, el tesorero en cuestión era precisamente Ernesto Regalado Dueñas.

Sánchez Hernández dio la baja definitiva de Medrano, y nombró como nuevo director de la Guardia Nacional al coronel Oscar Gutiérrez, pero cuando este quiso hacer efectivo el traspaso del mando, lo que recibió por parte de Medrano fue un balazo que solo por suerte no resultó mortal. El hecho abría la posibilidad de un  golpe de Estado. Pero enfrentar a la Guardia Nacional contra el ejército resultaría sangriento y muy peligroso para el régimen. 

Sin embargo, Medrano comenzó a prepararse para intentarlo. La Guardia Nacional era un cuerpo de seguridad pública y legalmente no se justificaba que tuviera artillería, pero Medrano no tenía gran respeto por las legalidades. Fue su amigo, el abogado Luis Salcedo Gallegos, quien lo disuadió y negoció con el gobierno una salida pacífica, a cambio de un sinfín de garantías. 

El pulso entre dos tigres

Aquella noche del 11 de febrero de 1971, en el despacho presidencial, según lo que Medrano declaró después oficialmente ante un juez, Sánchez Hernández comenzó una vaga perorata sobre la situación nacional. Medrano se impacientó y le exigió ir al grano. Entonces el presidente habló de rumores sobre inminentes secuestros y asesinatos políticos, dentro de un plan de golpe de Estado, y preguntó a Medrano si sabía algo al respecto. La respuesta fue un no.

Sánchez Hernández sabía que no había nadie mejor informado que Medrano sobre los movimientos políticos y las conspiraciones en el país. Le dijo que por eso lo había llamado, que necesitaba su consejo. Era un juego: el presidente no creía que su invitado no supiera nada, y este sabía que no estaba ahí para dar consejos.

Entonces Sánchez Hernández le entregó una carpeta que contenía dos páginas escritas a máquina. Era un resumen del primer informe sobre el secuestro de Regalado Dueñas. Medrano lo leyó y no hizo ningún comentario. El presidente le pasó otras dos carpetas. 

La primera contenía las identificaciones de varios jóvenes, con sus respectivas fotografías y registro de sus filiaciones políticas. Casi todos eran estudiantes universitarios militantes de la democracia cristiana o en el movimiento socialcristiano. 

En la segunda solo había cuatro fichas de identificación: un tipo con lentes de miope con gruesas monturas negras de carey, Alejandro Rivas Mira; una mucha rubia, Miriam Interiano; uno de barba y pelo largo estilo jipi, Ricardo Aguilar; otro de ojos azules y cabello rojizo, Ricardo Sol Arriaza.

Medrano volvió a guardar silencio. El presidente había puesto sobre la mesa al menos algunas de sus cartas. Si se tratara de una partida de ajedrez podría decirse que había puesto un jaque a su adversario, pues hacía poco más de un año que Medrano había trabado una insólita amistad con la rubia y el jipi. Con ellos y otros muchachos se reunía con frecuencia en Miramundo, su casa de campo. 

Era evidente que Sánchez Hernández lo sabía. No había nada que decir. La reunión entre los dos generales había terminado. Pero esa noche sería muy larga y violenta.

La rubia

Esa muchacha rubia que conduce un Mercedes Benz rojo y descapotable por las calles de San Salvador, a finales de los sesentas y principios de los setentas, se llama Miriam Interiano. Siempre anda en busca de mariguana y de las percepciones psíquicas ampliadas que provoca el ácido lisérgico.

Tenía 18 años cuando su padre murió y le heredó una considerable fortuna. Ella se volcó entonces al movimiento juvenil por la paz, el amor libre y la experimentación con drogas.

Hacia 1968, la joven abrió la primera discoteca psicodélica en el país, Ovni. Ahí se reunían los primeros jipis locales Ahí consumían y transaban mariguana y LSD. Ahí hablaban del budismo zen, de esoterismo, de Lenin y el Che Guevara. Escuchaban a Janis Joplin y Jimmy Hendrix y también a Violeta Parra y Atahualpa Yupanqui. Conocí a Miriam Interiano en 1987, y ella misma me contó su historia. 

Sucedía que algo extraño le pasaba a Julito, el hijo del general Medrano. A principios de 1969, cumplidos ya sus quince años, se negó a volver al colegio, se dejó crecer el cabello y se convirtió en “un raro”. Su padre intentó presionarlo de diversas maneras y llegó incluso al castigo físico. La respuesta de Julito fue la pasividad y el silencio. 

 “Este muchacho o es idiota o es maricón”, le dijo el general a su esposa. “Preferiría ser las dos cosas antes que torturar y matar a otros seres humanos”, le respondió Julito. La juventud había perdido la decencia y la cordura, según el general Medrano. Los hombres se vestían como mujeres, las mujeres como hombres y todos como payasos. Hablaban, cantaban y bailaban como estúpidos, y habían olvidado el respeto a los mayores y el amor a la patria. 

Medrano había ordenado a sus hombres que hostigaran a ese tipo de jóvenes, que les cortaran las melenas en público con sus corvos, y que si les encontraban mariguana los remitieran a las celdas y les dieran una paliza. Julito había comenzado a fumar mariguana con unos amigos. Por ellos conoció a Ricky Aguilar, el jipi.

Ricky era “hermano astral” de Miriam, y fueron ambos los que una noche plena de humo de copal, aroma de pachulí y música de cítara de Raví Shankar, condujeron el primer viaje lisérgico de Julito en la mansión de Miriam en la colonia Flor Blanca.

El círculo íntimo de aquella pareja astral estaba conformado por unos 15 muchachos y muchachas de familias bien. En el agitado campus universitario oscilaban entre las drogas y la protesta política. Eran rebeldes en todo caso, y algunos hasta eran revoltosos, pero no eran revolucionarios. Sí eran revolucionarios en ciernes algunos de sus compañeros de estudios, amigos y parientes, y a veces en el campus universitario se mezclaban los unos con los otros. Para los informantes infiltrados por Medrano no era nada fácil distinguir quién era quién en todo aquél entrecruzamiento. 

Un día de 1969 Miriam decidió romper con la banalidad y el barullo del mundo y retirarse a Siete Joyas, su finca ubicada cerca Zacatecoluca. Sus amigos la siguieron dispuestos a fundar una comuna libertaria y pacifista en “la buena onda”.

Medrano fue informado de que un grupo de universitarios sospechosos se estaban concentrando en una finca rural, donde hacían ejercicios físicos y cantaban a coro canciones de protesta. El general ordenó que los capturaran.

Aparte de un costal de mariguana (porque los guardias no sospecharon que aquellos cuadritos transparentes, que parecían de acetato y que estaban adheridos a las páginas de una Biblia, eran dosis de LSD), no se encontró nada sospechoso en Siete Joyas. Los nueve jóvenes que se encontraban en el lugar fueron remitidos al cuartel central de la Guardia Nacional. Medrano conversó con los capturados. Aquellos jóvenes no tenían mucho que ver con la subversión política pero sí con las drogas. Sin embargo, no eran unos malandrines vulgares. Eran muy educados y tranquilos. Respondían, al igual que Julito, con pasividad y silencio.   

¿Qué buscan y qué encuentran con las drogas?, preguntaba Medrano. La paz, la luz, le dijo Miriam. Al general lo conmovieron esas palabras, pero sobre todo la fresca belleza de esa muchacha rubia que olía a pachulí. Se encerró en su oficina y comenzó a beber.

En la noche hizo que le llevaran a la muchacha y quiso poseerla por la fuerza. Miriam mostró que la violencia no era necesaria. Al día siguiente, Medrano liberó a los jóvenes, y él mismo llevó a Miriam a su casa, pero la puso bajo vigilancia encubierta. Pronto le informaron que Julito llegaba a drogarse a esa casa.

El “trip” del general

La tarde del 16 de julio 1970, Medrano fue a casa de Miriam a buscar a su hijo. Julito y los jipis estaban en la sala, recostados en grandes almohadones tirados en la alfombra, departiendo un banquete de frutas frescas y mariguana. Miriam le explicó que en ese momento iniciarían un “trip” (viaje) y le mostró las dosis de ácido lisérgico adheridas a pequeños trozos de celuloide.

El general cruzó unas pocas palabras con su hijo, y terminó diciéndole algo inesperado: “Quiero probar ese viaje”. Después de tomar el ácido se quedó un largo rato en silencio y con los ojos cerrados. Luego se incorporó y sin decir ni una sola palabra salió de la casa seguido por sus escoltas. 

Regresó a casa de Miriam un par de horas más tarde. Ahí contó que guiado por una luz había llegado a la ribera de un riachuelo y que entre unos árboles de la otra orilla vio a la virgen María acompañada por un anciano indígena. Sin quitarse la ropa ni las botas, el general entró al río y estuvo ahí sin moverse y en silencio. El agua se fue tiñendo de rojo. Él quedó purificado, dijo. Y ya nunca volvería a ser el mismo. 

“Esa noche cumplí 16 años. Fue la primera vez que vi la humanidad de mi padre y no pude haber tenido un mejor regalo”, me contó Julito, muchos años después, en el patio de su rancho en la playa del Jagüey. Luego, en su estudio de pintor, a las orillas del lago de Coatepeque, Ricky Aguilar me dijo: “Aquella noche murió el temible general Medrano y nació el amigo. Nos íbamos todos a su finca Miramundo a viajar. Él era uno más entre nosotros”.

Primera entrega aquí

Segunda entrega aquí

Cuarta entrega: “Una noche tensa en la trinchera de Medrano y en la guarida de los secuestradores”.   

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