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Historias del básquet: una magnífica medalla de oro

Historias del básquet: una magnífica medalla de oro

Mauricio “Pachín” Ibarra es un gran basquetbolista y miembro de la selección del ’59, ganadores de la medalla de oro en los VIII Juegos Centroamericanos y del Caribe y con quien, junto a otros amigos, tenemos el gusto, además del honor, de compartir la administración de la comunidad de Basquet El Salvador en Facebook, comunidad que se ha convertido en un referente en historia e información sobre nuestro baloncesto. A mí me gusta mucho platicar con Pachín, pues siempre me hace disfrutar al máximo con sus anécdotas, recuerdos e historias de básquet. Hace poco me compartía una de esas memorias que él guarda muy cerca de su corazón y es esta: la selección nacional de baloncesto se preparaba para asistir a los mencionados, Juegos Centroamericanos y del Caribe, a realizarse en Caracas, Venezuela en 1959 y, a pesar que la mayoría de jugadores volvían de Nicaragua con el título de Campeones Centroamericanos, empezaban, muchos de ellos, a pensar que la suerte no estaba de su lado. 

En primer lugar, las autoridades deportivas del ramo no se esforzaron mucho en suministrar a sus jugadores mayor apoyo. Entrenaban con dos pelotas solamente, no tenían médico o al menos kinesiólogo. De igual manera, carecían de preparador físico y tampoco percibían ningún tipo de estimulo por entrenar, como transporte o viáticos. Y qué decir que vivían con la amenaza constante de no recibir ningún tipo de reconocimiento, patrocinio o regalo, por muy pequeño que fuera, pues les decían que perderían su categoría de deportista amateur. 

Fueron convocados a la preselección los mejores jugadores de la época, sin embargo, dos de ellos tuvieron que abandonar el llamado, porque debían incorporarse a sus universidades en EE.UU., fue así como Jorge Zablah y Tony Cabrales se retiraron, pues a pesar de solicitar permiso formal a sus centros de estudio, se les fue negado. Luego, el talentoso Ernesto “Mudo” Rusconi, se excusó por tener una situación personal que atender. Al final, los jugadores elegidos por su entrenador, Adolfo “Jocote” Rubio fueron: Mauricio “Pachín” Ibarra, Adolfo Chorro de Humo Pineda (QDDG), Roberto “Ratón” Selva, José Domingo "Chomingo" Chávez, Juan "Loco" Mateu Llort (QDDG), Pio Salomón Rosales, Alejandro "Tatún" Pereira (QDDG), Cesar "Nene" Escalante, José Mauricio "Cotuza" Lemus, Ricardo Guzmán Arévalo, Luis "Chino" García y Roberto Bondanza, quien, en otra señal de posible “mala suerte”, a finales de diciembre del 1958, enferma de hepatitis común (A), por lo que resulta imposible que asista al certamen, pues las inscripciones se cerraban el 31 de ese mes, ya que los juegos iniciaban el 2 de enero de 1959 y era imposible inscribir a otro jugador.  Esta noticia fue un golpe en el animo de los muchachos y aunque la recibieron de manera estoica, no dejó de ser una estocada a sus esperanzas de lograr algún puesto digno, pues no sólo se tendrían que enfrentar a grandes potencias del ámbito mundial del baloncesto, como Puerto Rico y Panamá, si no, que lo harían con un hombre menos.

Al final, como no hay nada que impida que el ser humano se encuentre con su destino, los héroes del ’59, llegaron a Caracas y al sólo abordar su transporte, nuevamente, sufrieron otro “susto”, pues Bolívar, el motorista que les designaron, era todo un temerario al volante y a pesar de los gritos de prevención de los muchachos, enfrentó con derroche de osadía el tráfico de la ciudad caraqueña, obligando a los seleccionados a dar gracias a Dios de llegar sanos y salvos a la Academia Militar de Venezuela, la que sería su casa por lo duraría el torneo.  Quizá, parte de esa experiencia y la disciplina que imponía Jocote Rubio, propició que los jóvenes optaran por permanecer en el derredor castrense durante las competencias y no ponerse en las manos de Bolívar nuevamente. Claro, que también los dos dólares de viáticos asignados a cada jugador por día, no eran ningún aliciente para el derroche ni invitaban a salir. 

Cuenta Pachín Ibarra, quien se desempeñaba en el ámbito militar, que la escuela era bastante aceptable, para lo que en el ambiente militar se experimenta, pero no para la comodidad que se le debe proporcionar a atletas de alto rendimiento, que tendrán una competencia muy disputada. Ya en su alojamiento, se les indicó que dormirían en 6 literas en una de las cuadras militares, la cual deberían compartir con la delegación de baloncesto de Costa Rica y con la de natación de El Salvador, y de alguna manera, hasta con la de Guatemala, de natación y atletismo, pues sólo les separaba una ínfima madera del grosor de un hilo. Eso incluía a su entrenador, Adolfo “Jocote” Rubio, que sería el “roommate” o compañero de galera, en este caso, no sólo de sus muchachos, sino, de todos los demás atletas mencionados.

El sentimiento de mal augurio, se intensifico, cuando el día libre concedido a cada una de las delegaciones, fue, para El Salvador, el mismo día de la inauguración de los juegos. Los, en ese entonces, jóvenes basquetbolistas, no dejaban de bromear y de reírse de sí mismos, al evidenciar su “mala pata”. 

Sin embargo, lo que les dio fortaleza y los armó de valentía para cada uno de los enfrentamientos, borrando por completo esa percepción de no tener la fortuna de su lado, fue el sentir que ellos, en el encuentro, eran seis jugadores y no cinco, como se encargaba de recordarles Pachín Ibarra, pues jugaban con El Divino Salvador del Mundo del lado de su cancha y vistiendo el azul y blanco y era a quien dedicaban cada uno de los partido. Además, a parte del talento, la disciplina y el coraje necesarios, tenían un arma infalible, tenían, El Magníficat, esa bella oración que proviene del Evangelio de San Lucas y que, según narra el apóstol, María, madre de Jesús, dirige a Dios en la ocasión en que ella visita a su prima Isabel, quien llevaba en su seno a Juan Bautista. Oración poderosa para una causa especial y donde se expresa el inmenso amor y la misericordia de Dios para los humildes de corazón. 

Pachín recuerda que en selecciones anteriores, era Ernesto Rusconi, quien reunía al grupo para leer La Magnífica . En Caracas, fue Roberto Selva, quien lo hacía, después que Adolfo Rubio terminaba de dar las indicaciones técnicas y exhortaba a que juntaran sus manos. Era tan grande la fe, que salían poseídos de una fuerza tal como la que debe haber tenido David para derrotar a Goliat, pues sólo así se explica que once jóvenes con una estatura promedio de 1.80 metros  superaran a contrarios con una media de casi 2 metros y que habían sido parte del All American en los Estados Unidos de América.

Pachín Ibarra, todavía se sorprende y después de 57 años, con una gran sonrisa y humildad expresa que La Magnífica y El Divino Salvador del Mundo fueron los que ayudaron a lograr esa medalla de oro para nuestro país, a pesar que yo le hablo de capacidad, garra, habilidad. Al escucharlo recuerdo una parte de la oración que dice: “…Desposeyó a los poderosos y elevó a los humildes…” 

Ese equipo de once jugadores y su técnico, se sacudieron en cada partido los presuntos malos augurios y se entregaron a su fe, haciendo un despliegue, no sólo de talento y coraje, sino, de amor a su patria. Fue así que nos regalaron una magnífica medalla de oro que acompaña a un primer lugar en uno de los torneos más disputados de la región y nos dieron la máxima gloria que ha alcanzado un equipo de baloncesto de El Salvador. 

No hay duda que hay que tener talento y garra, pero también recordar, que la humildad es importante, para no menospreciar y siempre estar alerta. La fe mueve montañas… ¡Que gran historia Pachín!