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Gloribel y Fernando (Segunda entrega)

Gloribel y Fernando (Segunda entrega)

Efectivamente, una noche de junio, en el mes del sagrado corazón de Jesús, Lorenzo había llegado a la pequeña habitación que Gloria y Fernando tenía alquilado en un mesoncito allí por el Hospital militar, en una de esos barrios para empleados de comercio y obreros del gran San Salvador.

Fernando y Lorenzo habían sido compañeros de trabajo en la dirección general de cultura y coincidían en muchas apreciaciones de la realidad nacional y expresaba sus puntos de vista en cada reunión regional o nacional en las que participaban por su trabajo.

Así se fueron conociendo y haciendo amigos, además de la bohemia, los tragos y el amor al arte que ambos profesaban.

Fernando era actor de teatro y fue asistente de producción en la televisión educativa. Anteriormente dirigió una institución cultura en Santa Ana y Lorenzo en Sonsonate por lo que se veían con cierta frecuencia, razón para conversar de política y escuchar música. Algunas veces Fernando lo había invitado a su pieza del mesón en Santa Ana para escuchar música, tomarse unas cervezas  y una que otra vez a pernoctar: quedarse a dormir una sábana sobre el piso de barro era suficiente. No falto también la noche en que Gloribel le presentara una amiga que lo acompaño en el piso de barro y en la misma sabana.

Había una química entre los dos. “El Alma buena de Sesuán”, le decía Fernando a Lorenzo; insinuaba que la única salida de la crisis era la lucha armada. En esta obra  Bertolt Brecht, aborda la incapacidad de ejercer la bondad en un mundo que gira en torno al dinero.

Con el tiempo ambos, Fernando y Lorenzo tomaron rumbos diferentes. Lorenzo fue llamado a la central de San Salvador y Fernando le ofrecieron un trabajo en la Televisión Educativa en Santa Tecla. Allí sufrió el primer atentado que lo dejo lisiado.

Unos días antes de ese hecho,  hubo una manifestación en el centro de San Salvador.

Como era tradición la guardia nacional, la policía nacional y  la policía de hacienda, la disolvían a garrotazos o balas de acuerdo a la gravedad de la situación. Sin embargo en esa ocasión se llevaron una sorpresa, porque los manifestantes ya no les respondieron con piedras sino que con balas. Las fotos de los incidentes aparecieron el siguiente día en las portadas de los periódicos y en una de ellos se veía una persona muy parecida a Fernando con un pañuelo rojo tapándola la mitad de la cara. Tirado en la acera y apoyando su arma en la base de un poste del tendido eléctrico. Los manifestantes estaban armados. Esa foto dio la vuelta al mundo y engroso los archivos de las oficinas de inteligencia de los órganos represivos del Estado.

Unas semanas después por la tarde, cuando Fernando salía del trabajo, fue ametrallado  desde un vehículo blanco que se perdió rápidamente en las calles de Santa Tecla.

Fernando fue llevado al hospital. Cuando le dieron de alta, se refugió, por recomendación de sus compañeros de trabajo en casa de unos familiares.

Con los meses (1982) Lorenzo se encontró con Gloribel de casualidad en el centro y lo invito que fuera a visitarlos. Lorenzo era parte de las estructuras del partido en el gobierno y les ofreció su apoyo para que se incorporaran a la lucha política y tuvieran respaldo. Al principio no les pareció mala idea, pero con el tiempo se fueron desencantando ya que la represión no se detenía, más bien iba en aumento.

Cuando sucedieron los hechos, Lorenzo trabajaba en la dirección de Bienestar social del Ministerio de trabajo y de vez en cuando los iba a visitar, a conversar, tomarse un par de cervezas y escuchar música.

“Porque me preguntas compañera, donde voy con mi sangre si lo sabes…y el rio llamaba , una sola esperanza…y decía adelanteee, adelaaaante…” esas eran las notas y voces del Quinteto Tiempo que “rasgaba la noche y nos entristecían el alma”, recordaba Lorenzo ….no sé porque esa noche , oímos la canción como tres veces, mientras Gloribel trataba de cambiar lo triste del ambiente: “ Hace un mes que no baila el muñeco…hace un mes” cantaba y lo repetía simulando con su gran cabeza los movimientos de un títere. Y luego se reía a carcajada limpia, sin tapujos, así como era ella.

El embrujo de la noche estaba entre nosotros como una densa nube de amor y olvido cuenta Lorenzo. Había algo pegajoso en ella, por más que Gloribel quisiera alegrarnos, una pesadez terrible nos mantenía inmóviles y lejanos, estábamos ansiosos y huíamos de aquel sentimiento, era una percepción de lo inevitable que no podíamos manejar, no sabíamos cómo...

La niña mayor jugueteaba en el piso con una su muñeca  y la pequeñita estaba dormida en la hamaca. De cuando en vez se revolvía inquieta bajo la mirada expectante de su madre.

Esa noche se tomaron un par de cervezas. Lorenzo andaba un anillo piedra roja que era de su padre, pero le quedaba grande, su mano era más pequeña. A Gloribel le gusto y se lo pidió

— Regálamelo

— No fregués, es un recuerdo de mi padre

— Déjamelo pues o te lo compro. Y se lo dejó. Fernando lo tomo del brazo y le dijo:

— Vamos a la tienda.

La tienda estaba al salir de los apartamentos en la esquina. Pidió varias cervezas:

— Tres para vos y tres para mí.

— No —dijo Lorenzo— gracias, pero no me apetece, no sé porque se me quitaron las ganas

— Pero si hoy es viernes, mañana no tenés que trabajar, andas en carro: Vamos un par y no más.

— No mi hermano gracias, me voy

Lorenzo se fue a despedir de Gloribel que chineaba a la niña más pequeñita que estaba llorando y Gabriela que descalza y greñuda corría por la estancia.

Salud, le dijo Lorenzo a la más pequeña acariciándole la cabeza. Como se parecía a Fernando. Mientras Gloribel le daba la pacha a la más pequeñita, serian como las nueve de la noche.

Abrazo al amigo y un fuerte corrientazo le recorrió el cuerpo.

— Puta —dijo— andas eléctrico.

— No dije más: salú nos vemos la otra semana por ahí vengo.

De eso hacía más o menos treinta años.

Ahora Lorenzo volvía a ver las niñas de aquella noche, convertidas en unas hermosas jovencitas, mientras avanzaban hacia aquella anciana con los brazos abiertos.

Ella estaba altiva con su brazos ahora flexionados entre recogidos y extendidos, todavía titubeando del encuentro, mientras Fernanda no pudiendo más salió corriendo a fundirse en un  profundo abrazo con aquella anciana que era su abuela. Ella le  despego de su pecho, le  veía a la cara y besaba sus ojos con un primor profundo bebiéndole las lágrimas.

La acción despertó los aplausos de la concurrencia, luego llego Gabriela con su hija a fundirse en un profundo abrazo esperado por siglos de ausencia de un ser querido cercano. Fue una locura, abrazos, besos, flashes, entrevistas. Todos en medio de lágrimas de dolor y alegría se hicieron un nudo como mostrando que jamás se separarían.

Lorenzo se había colgado de la enorme cortina y veía hacia afuera para disimular un poco y no salir corriendo a unirse en aquel abrazo de amor y esperanza. Quería borrar para siempre el inmenso dolor que había llevado guardado tanto tiempo. Todo aquello ¿para qué? se preguntaba una y otra vez. Dolor y muerte…heridas que nunca sanan y que se llevan al sepulcro.

Al siguiente día de esa noche fatídica, mientras Lorenzo viajaba para su pueblo al que decidió irse en un transporte público, leyó en el periódico vespertino que esa mañana habían encontrado en el parqueo de un hotel en antiguo Cuscatlán a una pareja-hombre y mujer con una nota  metida en la orilla de los calzones de la mujer. Era un comunicado  del ejército secreto anticomunista (ESA) firmado por el comandante Aquiles Baires, que se atribuía el ajusticiamiento.

Los cuerpos encontrados habían sido asfixiados con una capucha llena de cal. Al absorber la cal viva se les habían quemado los pulmones. Lorenzo se imaginaba la tremenda agonía de aquel momento de los torturados,  luchando por encontrar un poco de aire para seguir viviendo. Mientras la cal hervía los pulmones.

En el comunicado el ESA, decía que por escasos momentos, de esa célula comunista se había escapado  uno de sus miembros que era objeto de seguimiento.

El lunes por la tarde luego del salir del trabajo Lorenzo fue donde Gloribel  y Fernando, pero la puerta de la habitación estaba cerrada,  había una sensación de angustia y olor a sangre en el ambiente que le crispó los nervios. Entonces fue a la tienda donde le conocía la dueña,  quien  al verlo exclamó:

— ¿Que anda haciendo por aquí? váyase váyase

— ¿Qué paso dijo, extrañado?

— El viernes fue yéndose usted, vinieron unos hombres y se llevaron a Don Fernando y a la niña Gloribel. Aparecieron tirados en las afueras de un hotel, muertos.

— ¿Y las niñas pregunto? Allí las tienen unos vecinos. Pero usted váyase ya, esos hombres han andado merodeando por aquí y preguntado por usted.

— Solo pudo decirle gracias y se fue.

Ya estaba sobre aviso. Esa situación lo llevo a considerar el exilio por segunda ocasión.

Lorenzo ahora en el Teatro, se soltó de la cortina, camino en dirección al grupo que celebraba el encuentro. Una familia separada por el dolor y la guerra. Cuántos años de sufrimiento para ese par de niñas victimas del enfrentamiento armado. Cuántos casos similares se produjeron en los doce años de conflicto, de ambos bandos.

¿Valió la pena tanto dolor y tanta sangre derramada para que unos vivan mejor que otros? Los muertos ya no cuentan en esta realidad, pero de seguro estarán esperando en la eternidad su turno para saldar la ofensa.

¿Y los vivos, los que participaron en el conflicto, los lisiados del cuerpo y el alma? ¿Qué es de ellos y de sus familias, ahora después de tanto sacrificio por perseguir un sueño? ¿Valió la pena?

Ahora todo eso está olvidado. Los que mantuvieron los privilegios y los que lo alcanzaron disfrutan de las mieles del poder y lo que eso significa: lujo, dinero, soberbia. Desgraciados…se decía Lorenzo mientras avanzaba por la pequeña sala buscado la salida.

Sacudió la última lágrima con su mano izquierda con ira y con dolor. Mientras una y otra vez se repetía. ¿Vale la pena matarnos para que un pequeño grupúsculo viva con lujos y toda clase de prebendas, mientras el pueblo sigue en la penuria? Y el silencio envolvía sus palabras.

Lea aquí: Gloribel y Fernando, Primera Entrega