• Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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De noche no todos los gatos son pardos

De noche no todos los gatos son pardos

Tenía dos horas caminando rápidamente por las calles oscuras. La sensación de libertad puede ser muy apetecible para mí, en especial cuando se vive encerrado y tratado como una mascota. Todos los besos pueden ser tan odiosos y las caricias tan falsas en estos tiempos. Por eso cuando puedo darme esas escapadas nocturnas, la gozo con amplia plenitud y sin ningún ardor de entrepierna. 

Me subí a un árbol de nueces, tengo esa maña desde muy corta edad, donde había un nido de palomas, no llamaron mucha mi atención. No creo que los pájaros sean muy especiales, solo cuando son parte de una buena cena. 

Tengo buena vista. Pude ver todo una fauna extraña que no era normal. Autos con sirenas y motos estacionadas en afuera de un centro nocturno. No me extrañó. En estos tiempos, las ovejas pueden ser muy lobos y después ni dejan migajas para ningún gato.

Bajé del árbol y traté de seguir mi sendero. Eran como las tres de la mañana. Es lo bueno de ser bajo de estatura y de además de tez oscura. Me podía mover con tranquilidad evitando esos perros, los cuales andan al acecho de ver que sacan con una buena mordida o de crear problemas solamente por la razón de un mal día.

En ese momento, vi acercarse a un compañero de andadas. No se le veía muy amistoso. Con un gruñido, que me pareció no de amigos, tuve que sacar las garras también para mostrar que no soy ningún sencillo a la hora de meter un zarpazo. No le agacho el moño a nadie y menos a un gato más gato que yo. Se inició la riña y después de unos revolcones, mi amigo callejero se fue  y aquí nada había pasado. Es la ley de calle. No hay que mostrar medio a un trompudo, aunque venga marcado con los tatuajes de riñas anteriores y escupiendo veneno sobre los poderes fácticos. 

Aunque uno puede sentirse ganador, pero no siempre ganar una batalla es triunfar en la guerra. Ahí venía con refuerzos. Un ejército de gatos y perros malos de la zona de la plaza El Calvario de La Virgen. El sentido común me dijo que no tengo muchas vidas para enfrentar a cinco y corrí como alma que lleva el diablo. Me siguieron por varias cuadras, saltando paredes y subiendo techos, hasta que por un bache en la calle tapado con talco, bendito sea que llevaba como un año ahí, me sumergí en medio del olor a basura y humedad, prefería eso, a una paliza.

Por unos minutos, como diez creo  pues no llevo reloj, no va con mi naturaleza, asomé la cabeza y vi todo despejado y  continúe mi andar.  Sin mayores situaciones raras de violencia urbana me olvidé de la arenga. En ese momento, sentí un aroma, el plácido perfume de la lujuria, que para mí es irresistible. Seguí mi instinto y pude ver reluciente como una belleza rubia se paseaba sobre una terraza. No fueron necesarias palabras para que tuviéramos un encuentro sexual, no importaba el nombre, ni la seguridad de un condón, ni las palabras calidades y el cigarro después del coito.  La vida en la calle puede ser brutal, pero tiene sus placeres  y estos no los desaprovechaba jamás en todas mis vidas. 

Cuando menos sentimos, un perro ladró y las luces se encendieron de la casa de mi amada por una noche. De un salto me di el escape, pero ya lo que buscaba estaba consumado. Me reí para mis adentros  y pensé capaz soy padre, pero no tengo interés en una prole extensa. Sigo el ejemplo de mi progenitor: “Veni, Vidi, Vici” siempre me aseguraba cuando lo encontraba cerca de las zonas de los bares de la ciudad. 

Había sido una noche normal en la ciudad. Mi paseo nocturno me llenaba de gozo y de placeres mundanos. No puedo evitar ser un vago en cierta forma y un amante de mi hogar al mismo tiempo.

En un instante, un sonido activó mis sentidos. Al ir regresando a casa vi como sacaban a un chico arrastrado de uno de esos bares de mala muerte, que ni yo siendo un graduado de la calle me atrevo a merodear. Con movimientos de empujones e insultos, separó a sus guardianes, tomando  el asiento de conductor. Un pobre ebrio pensé seguramente igual a su madre y padre y me puse prejuicioso en ese momento.

No le di importancia. Cruce la calle  y en eso quede cegado por las luces de su auto. Solamente me vino a la memoria mi momento de placer  y al ver que el auto se me venía encima suspiré con fuerza. De un salto me salte sobre el capote y de unos buenos arañazos le ralle al vidrio a la bestia del timón. Quien obviamente buscada cagarme la noche entera.  

Esos malditos gatos siempre cruzándose en medio de las calles,  me gritó desde el interior del auto sacando la  cabeza fuera del vidrio que se abría de los golpes que le daba con mi odio y rostro como martillo. No pude detenerme y cuando lo tuve cerca su retorcida faz  le metí la garra muy despacio en lo profundo de su globo ocultar, solo presioné un poco y saltó con una  yema reventada  de un huevo frito.

¡Joven Mauricio tenga cuidado!, gritó su esclavo.

El auto se fue a un barranco y pude brincar salvando mi vida.  Del interior salió quien quería ser mi asesino y ahora se convertía, poco a poco, en mi víctima. Me le acerqué y puse mi pata sobre lo que quedaba de mandíbula partida en tres y me aproxime a su horrenda cara y le musite con voz humana: “¡Para vos señor gato, hijo de perro!”