¿Y si gana Trump?
Este día se juega quién estará en el puesto de mando no solo de los Estados Unidos sino de la entera nave planetaria. De Donald Trump podemos hacer millones de chistes más o menos ingeniosos. Pero lo mismo hicimos con Ronald Reagan… y ganó.
En el discurso público de la izquierda armada salvadoreña de finales de los años 70, se decía que Ronald Reagan era un pésimo actor de cuarta categoría, casi un extra de los western si se pensaba en íconos como John Wayne por ejemplo, y que por tanto ese vaquero de mentiritas, con un nivel intelectual muy parecido al de una almeja vacía, jamás ganaría una elección presidencial en los Estados Unidos. Y convertimos a Reagan en una caricatura del pistolero bruto y de utilería.
Pero eso solo era en el discurso público. En la realidad, uno de los factores más importantes para acerar la ofensiva general guerrillera de 1981 fue el temor a la victoria de Reagan. Si ese vaquero de fantasía ganaba, y cumplía solo la cuarta parte de sus promesas electorales, el FMLN tendría algo más que graves problemas. El candidato Reagan decía, entre otras cosas, que El Salvador sería la última y decisiva línea de defensa contra el avance del comunismo internacional.
Y Ronald Reagan ganó, y junto a una señora inglesa también caricaturizada como La Dama de Hierro, Margaret Thatcher, reconfiguró la geopolítica mundial por completo, provocando que la Guerra Fría tuviera por fin un desenlace a su favor. La realidad es que con Reagan y Thatcher a la cabeza, una tendencia extrema de la derecha mundial, el neoliberalismo, derrotó estratégicamente a la izquierda, en términos políticos, sociales y culturales.
La izquierda no ha podido reponerse desde entonces, y sus triunfos coyunturales, si se miden en la cuenta larga, como la de los movimientos progresistas de Suramérica, estaban desde el principio limitados y condenados al fracaso, en virtud del establecimiento efectivo un sentido común global regido enteramente por el neoliberalismo.
Y es que la economía, en manos del sistema financiero internacional, ya no deja margen para el ejercicio real de la soberanía y la independencia de ningún Estado nacional. Por más que las izquierdas locales ganen elecciones libres, hagan beligerantes discursos antiimperialistas y le suban todo el volumen a las canciones de los Guaraguao, quien dicta la política económica es el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Y si no hay posibilidad de formular políticas económicas independientes, no hay en consecuencia ninguna soberanía nacional y mucho menos ninguna soberanía popular. En estas circunstancias, las decisiones sustantivas, sobre nuestro destino de país, no las toman aquellos a quienes elegimos para que nos gobiernen sino aquellos que pueden prestarle dinero a nuestros gobernantes, no para que inviertan en desarrollo social, sino para que paguen los intereses de lo mucho que ya les debemos.
He planteado un panorama pesimista, lo sé, pero los datos de la realidad apuntan a una dirección distinta. Es verdad que la señora Clinton aventaja precariamente por unos cuatro puntos a Trump según el promedio de las principales encuestas, y también es verdad que últimamente todas las encuestas en el mundo andan por la calle de la amargura en cuanto a acertar se refiere.
Este día se juega quién estará en el puesto de mando no solo de los Estados Unidos sino de la entera nave planetaria. De Donald Trump podemos hacer millones de chistes más o menos ingeniosos. Pero lo mismo hicimos con Ronald Reagan… y ganó. En la historia no ha sido extraño que las víctimas voten por sus verdugos.