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Social - Día del Maestro

Tenemos vidas y conciencias que formar; eso no lo hace un abogado o un doctor... es más nosotros los formamos a ellos

La vida de Dora Leticia Ayala estuvo marcada por muchos retos que tuvo que superar gracias a su vocación como docente, esta es su historia en el Día del Maestro.

Tenemos vidas y conciencias que formar; eso no lo hace un abogado o un doctor... es más nosotros los formamos a ellos

Dora Leticia Ayala de Portillo forma parte de los más de 50 mil docentes que, a nivel nacional, dan lo mejor de sí parta educar a las nuevas generaciones de salvadoreños.

En sus 26 años como maestra, Dorita, como la llaman en el gremio de docentes, ha tenido que superar muchos obstáculos para salir adelante en la vida y para brindar a sus estudiantes una educación de calidad que les permita ser ciudadanos ejemplares.

Dorita, recientemente fue una de tres maestras galardonadas con la Medalla al Mérito Magisterial Santiago Ignacio Barberena, reconocimiento que reciben del magisterio y que fue entregado por las autoridades del Ministerio de Educación por su destacado trabajo en favor de la niñez.

¿Cómo se siente de haber sido premiada por su labor como maestra?

Para mí es un honor recibir esta medalla, sé que todos los maestros y maestras la merecen, pero lastimosamente no se le puede dar uno por uno. Pero va mi reconocimiento a todos ellos por su ardua labor desde los salones de clases. Desde los sacrificios que hacen para llevar el pan del saber hasta la última escuela de nuestro país.

Cuéntenos, ¿cuáles fueron sus inicios en el profesorado?

Llevo 26 años de servicio. Inicié en el programa Educo en el año 1994 trabajando en una escuelita rural en el caserío San Antonio del cantón Talcualuya, en La Reina, Chalatenango. Recuerdo que caminaba ocho kilómetros a pie, cuatro de ida y cuatro de regreso, eran ocho al día.

Recuerda ¿cuántos niños estaban bajo su cargo en aquel entonces?

Tenía a mi cargo alrededor de 36, entre niños y niñas, desde parvularia en tres secciones de cuatro, cinco y seis años. Pero también de Primero, Segundo y Tercer grado, se le conocía comúnmente como aula multigrado. Era una casita como bodega donde se guardaba tusa para el ganado y que luego la desocupaban para prestármela. El suelo era de tierra, teníamos que echar agua y barrer para iniciar las clases. Los carteles teníamos que ponerlos con clavos y como no teníamos martillo lo hacíamos con una piedra.

¿Qué piensa que a lo mejor hay maestros que están pasando dificultades para desarrollar su trabajo como las que usted pasó?

Creo que cuando los maestros y las maestras trabajan por vocación; el cansancio muchas veces se va cuando usted disfruta lo que hace. Siempre fue mi sueño desde la edad de 13 años ser docente porque tuve una docente llamada María Adela Chavarría, en sexto grado en 1987, que fue mi inspiración para convertirme en maestra. Siempre quise ser como ella.

Cuando logro alcanzar ese sueño, porque vengo de una familia muy pobre, hija de un agricultor, y de una lavandera de ropa ajena decía “no puedo hacerlo”, pero Dios me dio el privilegio de hacerlo. Cuando caminaba estos kilómetros, yo estaba en la flor de mi vida, aunque todavía estoy joven verdad (ríe). Tenía 19 años, cada doble turno regresaba a mi casa, a veces aguantaba las tormentas y llegaba a mi casa tranquila con el deseo que amaneciera para que el siguiente día estar con mis niños y mis niñas.

¿Qué la impulsaba a dar más de sí?

¡Porque amo lo que hago! Necesito mi salario, soy honesta, pero también necesito sentir ese calor de los niños y niñas porque amo mi profesión. No me veo haciendo otra cosa, me veo siempre formando las mentes y los corazones de los niños y las niñas. Creo que todos los maestros nos tienen que motivar saber que tenemos en nuestras manos algo precioso, no es un producto que se obtiene de materia prima cualquiera. Tenemos vidas, tenemos conciencias que formar y eso no lo hace un abogado, no lo hace un doctor; es más, nuestra profesión forma a esas profesiones.

¿Cuál sería su mensaje para las nuevas generaciones de profesores?

Quiero felicitar a estos maestros que tienen ese valor, porque sé que también tienen necesidad, no hay que olvidar lo económico, pero también tienen esa valentía y ese amor a la niñez. ¿Cuál sería mi mensaje? Creo que todos los maestros que estamos sensibilizados y que amamos nuestra profesión pensamos en eso, no solo hay zonas peligrosas donde no hay nadie alrededor, sino que también en los pueblos ya tenemos la violencia bien sembrada.

Yo les aconsejaría, primero, que es lo que yo hago, ponerme en las manos de Dios y confiar en la protección de Él y dar lo mejor de mí en las comunidades. He conocido casos en los cuales muchas veces son los hijos de los delincuentes son los que están en las escuelas. Demos lo mejor de nosotros en esas instituciones educativas.

Desde la docencia, ¿cómo hacen para inculcarle a los niños que ese es el camino equivocado? Dado que muchos jóvenes son seducidos por las pandillas.

Yo retomo el pensamiento de Paulo Freire (educador brasileño experto en temas de educación) que habla de la praxis, relacionada con la teoría y la práctica. Los maestros tenemos que brillar con nuestro ejemplo.

Yo puedo decirle a un niño esto es malo, esto no se hace pero tiene que ver mi vida, cómo yo vivo y cómo yo me relaciono con los demás.

Creo que cuando nosotros los maestros nos demos cuenta que tenemos que ser el mejor ejemplo para nuestros estudiantes no importa lo que hay alrededor podemos cambiar la vida de un niño o de una niña.

Y si tenemos 30 estudiantes, con una vida que cambiemos es una dicha, imagínese que somos alrededor de 50 mil maestros en El Salvador y si cada maestro cambiamos una vida son 50 mil vidas. ¿Si o no? Pero si no cambiamos una, sino que cambiamos cinco. Y si le apostamos a que a la mitad de nuestras secciones que de 30 les cambiamos la vida a 15 (estudiantes).

Creo que sí es posible, no podemos decir aquí se acabó. No podemos cruzar los brazos y decir ya no hay nada que hacer. Hay mucho que hacer pero necesitamos comprometernos con nuestra profesión.

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