• Diario Digital | jueves, 18 de abril de 2024
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Sucesos - La emergencia continúa

VIDEO Y FOTOS: Las banderas blancas del hambre salvadoreña

En las distintas carreteras de nuestro país pululan los salvadoreños con banderas blancas. No piden paz. No piden perdón. No se están rindiendo. Es que tienen hambre.
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Durante todo el día, centenares de salvadoreños esperan una mano amiga que les regale víveres.
VIDEO Y FOTOS: Las banderas blancas del hambre salvadoreña

—¿Hacia dónde se dirige —me pregunta el amable policía que en medio de un control vehicular ha salido repentinamente para hacerme señal de alto.

Su mascarilla negra no logra ocultar el buen humor del agente, y un ONI que comienza con el número 14 remite a que no pertenece a una generación de novatos salidos de la academia policial.

El calor santaneco comienza a sentirse a media mañana de domingo, de un domingo con pocos vehículos en carretera, de un domingo perezoso que bosteza cuarentena... pero al que también le crujen las tripas por el hambre.

—Ando haciendo un recorrido para ver si la gente está respetando la cuarentena —le digo por detrás de mi inmaculada mascarilla antes de contarle, sorprendido, que casi no he encontrado tráfico en los 48 kilómetros que nos separan de San Salvador.

—¿Periodista?

—Sí —le digo, listo para blandir la carta de trabajo o el carné que me acredita como tal.

Pero no, no es desconfianza la del agente. Es más bien una especie de prudencia del que sabe, tanto porque ha pateado calle como porque ha estado en la primera línea del control de la pandemia.

—¿Pero es periodista del Estado?

—Noooooo, para nada.

—Ah, independiente entonces.

Cuando asiento con la cabeza se acerca un poco más y sin violar los dos metros de distancia me dice unas palabras que me hieren la mañana:

—Mire, aquí lo que hay es una gran hambruna.

—¿Cómo hambruna?

—¿Que no ha visto la gente con banderas blancas?

—Sí, pero unas cuantas, en unas comunidades después de bajar de Los Chorros.

—Ay, Dios, no hombre. Mire, váyase por esta calle y cuando llegue al segundo redondel pasa recto, va a encontrar otro control vehicular, lo pasa, ahí, ya en la calle que va a Metapán va a ver el gentío.

—¿Y que no les dan canastas pues?

—¿Y usted cuánto creen que les duran los víveres? A la gente se le termina rápido. Viera qué tristeza da verlos en las calles... pero bueno, ahí se dará cuenta usted.

Acto seguido, el ronroneo del motor y el pie derecho hacen que me conduzca hacia allá, a donde el policía me recomendó.

Y nada. Nada de banderas blancas. Nada de gente con hambre en las calles. Nada.

Decido dar la vuelta en otro redondel y salgo de la ciudad morena. Y es entonces cuando comienza la procesión de trapos níveos. De banderas de hambre.

A la orilla de la calle, justo como lo indicó el policía, hombres, mujeres, niños y ancianos están a la vera, esperando que pasen los vehículos para implorar por comida. Para agitar las banderas de una tristeza que aún no acaba.

En algunas banderas hay mensajes escritos. Otras son solo andrajos blancos atados a un palo de escoba, a una rama o a un desgraciado chirivisco.

Los automovilistas pasamos indolentes. Nadie se detiene. Es que las prisas pesan más que la solidaridad. Y aunque los hambrientos tienen mascarillas puestas cualquiera puede imaginar su frustración al no recibir apoyo.

Tomo algunas imágenes y la conciencia comienza a morderme, a lacerarme, a recordarme las palabras del Nazareno cuando dijo “... porque tuve hambre y me distes de comer”. Por suerte no todos son como el autor de este mea culpa: hay salvadoreños buenos que llevan pan al que no tiene y pueden dormir tranquilos.

Ya de regreso, paso de nuevo por el control vehicular donde está el policía revisando que nadie viole la cuarentena. Le sueno el claxon, vuelve a ver y detrás de su negra mascarilla intuyo una sonrisa y una frase: “Ya ve que le dije”.

Imágenes propiedad de El Salvador Times.

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