• Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Sucesos - Salvadoreños en el exterior

“Yo fui de los primero salvatruchos, pero las pandillas no son lo que nosotros empezamos en Estados Unidos”

“Los gobiernos en El Salvador han tenido la culpa de que los pandilleros hoy maten a tanta gente, extorsionen y hagan todo lo que hacen, los políticos tienen la culpa”.

Antonio Tejada regresó por última vez a El Salvador en 1996. Foto de El Salvador Times por Carmen Rodríguez.
Antonio Tejada regresó por última vez a El Salvador en 1996. Foto de El Salvador Times por Carmen Rodríguez.
“Yo fui de los primero salvatruchos, pero las pandillas no son lo que nosotros empezamos en Estados Unidos”

El dicho popular indica que en el lugar menos esperado se encuentra a un salvadoreño. Y es cierto.

Mientras estaba sentada una tarde en una tienda de artesanías en el centro de Buffalo, New York, escuchaba a un hombre que hablaba rápido y fuerte sobre Fidel Castro.

Mi primera impresión fue que se trataba de algún cubano que odia el régimen, aunque de inmediato supe que no se trataba de un caribeño cuando le escuché decir: “Yo joy de Jan Miguel, pero nunca me gustó eso de la revolución cubana, ni del tirano ese de Fidel Castro”.

Mis ojos se abrieron más y la reacción casi automática fue acercarme al hombre, saludarlo e identificarme como salvadoreña. Y así fue.

—Entonces usted también es guanaco —le dije.

El hombre, de unos 60 años, me miró pensativo y me dijo: “Mirá… nunca me ha gustado eso de que nos llamen con esa palabra, porque el guanaco es un animal del Perú, y ni si quiera hemos tenido de esos animales en El Salvador”. Dicho esto continuó su plática sobre el socialismo.

Mi curiosidad por saber más de un salvadoreño que en menos de media hora habló de muchas otras cosas sobre el socialismo en América Latina me hizo insistir e intenté una vez más interrumpir la conversación para poder preguntarle si había alguna pupusería cerca de la ciudad y tratar de lograr su atención.

—¿De qué parte de San Miguel es? —le pregunté.

—Yo nací en Los Ranchos ¿conocés dónde queda?

Le respondí que nunca había estado ahí, pero que sí había escuchado del lugar. Y me presenté. Él también lo hizo y me dijo que se llama Kevin.

Él es uno de más de dos millones de salvadoreños que viven en Estados Unidos. Llegó a California cuando tenía 11 años, su madre lo mandó con unos familiares a Los Ángeles para evitar que fuera reclutado por la guerrilla o por los militares.

“Antes de llegar a este país yo sufrí mucho. Por eso 'mi amá' me mandó para Los Ángeles con unos familiares. Ya habían intentado llevarme al cuartel y me torturaron… me golpearon pues, los soldados, cuando me agarraron. Ese tiempo fue duro para muchos salvadoreños”.

Y siguió: “Es triste porque las cosas en El Salvador después de tanta guerra y tantas muertes solo cambió para algunos. Los pobres siguen siendo pobres y los compatriotas siguen saliendo y llegando a este país buscando trabajos para mejorar sus vidas”.

Antonio Tejada.—¿Y cómo llegó a Buffalo?

—Aaah… que cómo llegué a esta ciudad... —me respondió con una sonrisa.

“Fíjate que… uno de cipote es tonto, es estúpido; yo me portaba muy mal, era muy rebelde y me arrestaron varias veces por mi comportamiento. Cuando yo recién llegué a Los Ángeles empezaban eso de las gangas. Las maras que ustedes le dicen hoy”.

“Yo fui de los primeros salvatruchos allá”, me cuenta mientras sonríe y se tira otra carcajada. Luego dice: “Pero eso que empezamos algunos en Los Ángeles era para que los mexicanos no nos dieran duro, 'pa' que no nos partieran la madre como ellos mismos dicen”.

Kevin hace una pausa y agacha su cabeza, de forma pensativa. “Esas gangas no son lo mismo hoy. Las maras no son lo que nosotros empezamos en Estados Unidos, no son ni siquiera lo que era una ganga cuando yo llegué a este país y los gobiernos en El Salvador han tenido la culpa de que hoy maten a tanta gente, extorsionen y hagan todo lo que hacen, los políticos tienen la culpa”, dice con mucho énfasis.

Después de varios arrestos, peleas callejeras y otros conflictos con la ley estadounidense, Kevin decidió mudarse a Buffalo, para corregir sus pasos y dedicarse a su familia.

La melancolía invade la plática y Kevin recuerda que la última vez que estuvo en El Salvador fue en 1996, pero dice que no quiere regresar al ver cómo está la situación de violencia en el país.

No le importa que en Estados Unidos no haya tenido una vida de lujos ni opulencias, pero dice que para él es suficiente trabajar para mantener su humilde casa ubicada en los suburbios de la segunda ciudad más grande de estado de New York, el segundo estado con mayor número de migrantes salvadoreños.

“Mirá, yo no soy rico, no tengo carro, viajo en bicicleta cuando quiero salir de mi casa y no tengo dinero para gastarlo como otros compatriotas pueden hacer. Pero aquí vivo tranquilo, no me preocupo de que me vaya a pasar algo y por eso yo no pienso en regresar para vivir mi vejez en El Salvador. Claro que extraño mi tierra, pero es triste ver cómo han ido poniéndose las cosas allá”, continúa.

Y reflexiona sobre los jóvenes: “Es más triste que los jóvenes están como en el tiempo de la guerra cuando yo salí de mi tierra y eso se debe cambiar, lo malo es que no se ve voluntad para que los jóvenes y las familias no se vean obligadas a salir de su tierra”.

Sin sentir se nos habían pasado dos horas en la plática y empezaba a oscurecer. Kevin me dice al ver el reloj: “Bueno paisanita me tengo que ir; como viajo en mi bicicleta quiero llegar antes de que anochezca, pero hoy que ya sé que hay una salvadoreña por aquí voy a venir más seguido a la ciudad”.

Entonces aproveché para hacer la pregunta con la que horas antes intentaría llamar su atención:

—Mire ¿y hay alguna pupusería cerca de aquí o en la ciudad?

Kevin se rió más y me dijo: “Nooombre aquí nos tenemos que poner a echar pupusas nosotros, porque la pupusería más cercana está en Toronto”. Y soltó una carcajada.

Mientras nos despedíamos me reveló en secreto más: “En realidad me llamo Antonio Tejada, me cambié el nombre porque como soy blanco, los mexicanos y los negros dudan si soy o no gringo y ya no me buscan para darme duro”… me dice mientras vuelve a reír y se sube a su bicicleta.

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