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Sucesos - Crónica

La Tregua se fraguó en el Café de Don Pedro

El tercer día en el juicio del caso que se ha denominado “Tregua”, se conoció que Raúl Mijango inició las reuniones con pandilleros, desde uno de los bares y cafés más emblemáticos del país.

mijango
Raúl Mijango tuvo que ser trasladado a Medicina Legal para que fuera evaluada su salud.
La Tregua se fraguó en el Café de Don Pedro

El calor sofocaba la mañana del miércoles en la Sala 4-B del Centro Judicial “Isidro Menéndez”, pero Raúl Mijango se arremangaba una chaqueta beige para cubrirse el pecho y las piernas. Parecía con frío.

Eran las 8 de la mañana y Mijango parecía fatigado, cansado. Su cuerpo, vencido por el malestar físico se desvanecía en la silla negra desde donde, hace tres días, ha escuchado el juicio contra él y otras 17 personas acusadas de cometer ilícitos a cambio de una reducción de homicidios entre grupos criminales.

El juicio inició con una sorpresiva petición de la defensa de Mijango: “Pido su autorización, señor juez, para que se le haga un chequeo médico a mi patrocinado porque se siente mal de salud”.

El titular del Juzgado Especializado de Sentencia “A” avaló el traslado del mediador, quien luchaba por mantenerse despierto, mientras se autorizaba que fuera chequeado en el Instituto de Medicina Legal; mientras, el juicio continuaba con la ansiedad de conocer a quiénes llevaría como testigos la Fiscalía en la tercera jornada.

El juez llamó al primero de los testigos, un trabajador del Organismo de Inteligencia del Estado (OIE), quien reveló que esa institución pagaba inmuebles, entre ellos uno en la colonia Escalón.

Aunque no quedo claro si era la misma que la OIE le financiaba como oficina a Mijango, quien antes de consolidarse como el máximo operador de la tregua entre pandillas, prefería armar todo en reuniones con pandilleros en las instalaciones del emblemático Café de Don Pedro, al fondo, donde las lonas protegen de la lluvia y sol.

Así lo contó el hombre que fue sol y sombra de Mijango allá por 2012, cuando el director de la policía le asignó como misión protegerlo, por lo que a partir de una tarde de marzo en que se juntaron en el Pollo Campero de Metrosur, nunca se le despegó a lo largo de los 14 meses que fue su seguridad personal.

Lo acompañó a su casa, en uno de los barrios "bravos" de Mejicanos, en el cantón San Roque.

El agente policial rápidamente encontró confianza con el mediador, pues desde hacía años lo conocía, en el campo de batalla, en los frentes de la ex guerrilla.

"Me he metido en un rollo (problemas) con los muchachos (pandilleros)", le dijo y desde entonces entendió que era algo complejo.

La tregua comenzó en el Don Pedro, luego vinieron las visitas a los centros penales. Ahí la cuestión, ya era otra historia.

Las misteriosas bolsas que Mijango ingresaba al penal

El malestar y el cansancio le ganaban la batalla a Mijango, mientras oía las acusaciones en su contra.

Seguramente reconoció la voz de su ex guardaespaldas, pero no se inmutó. Siguió con los ojos cerrados y los brazos cruzados, aferrándose a la chaqueta y a la silla que lo sostenía.

Seguramente los recuerdos de todas esas visitas a centros penales le llegaron a su mente, o quizá no, quizá solo esperaba que pronto terminara la jornada y se acabara el malestar.

Ya había regresado de su breve chequeo en Medicina Legal, parecía que no era grave. Había decidido quedarse, aunque sea dormido en la sala del tribunal. 

El final de los testimonios está cerca

Si algo ha quedado claro en este juicio, es que tanto Mijango, el obispo castrense Fabio Colindres, y el subinspector de la PNC, Roberto Castillo Díaz, tenían pase libre a cualquier penal que llegaran.

Desde que se construyó el penal de máxima seguridad de Zacatecoluca, fue pensado para tener los niveles de protección más rigurosos de todo el sistema. 

En este penal mejor conocido como “Zacatraz” hay tres puntos de control: en la caseta, hay un primer registro y los visitantes notifican a qué llegan; en el segundo, se realiza un cacheo y todos pasa por rayos equis; finalmente, viene la identificación del protocolo de registro y se realiza la exploración corporal.

Pero Mijango y su comitiva estaba exentos de eso. Pasaban los tres niveles sin que les tocaran un solo cabello. En el penal de Izalco, entraban igual.

En una ocasión, tanto él como Castillo Díaz, llegaron con unas bolsas plásticas en mano y el encargado de las llaves de la tercera exclusa del penal quiso registrarlas, pero le dijeron que “había órdenes de arriba” de no hurgar en esas bolsas. Nunca se supo qué llevaban.

Las oficinas de los mediadores

En la segunda jornada del juicio, uno de los testigos reveló que con dinero de la OIE le pagaban una oficina a Mijango en la colonia Escalón. Pero resulta que en realidad fueron dos oficinas: una en la colonia San Benito, a un costado de la librería la Ceiba, y la otra a un costado del Hotel Novo.

Ahí, las reuniones con pandilleros llegaron a juntar a 30 de ellos. Ahí, fue el centro operativo.

Ahora, la Fiscalía quiere comprobar que todas esas reuniones permitieron que se ingresaran todo tipo de ilícitos a los penales, y que Mijango y el séquito de autoridades involucradas en toda la cadena de mando también cometieron delitos al permitir el ingreso.

Tal y como ocurrió en Izalco en septiembre de 2012 en el marco del Día del Recluso, cuando cuatro bailarinas se desnudaron para los reclusos del penal.

Un video grabado por uno de los empleados del penal y que posteriormente salió a la luz en los medios de comunicación es la prueba de ello. 

La tercera jornada del juicio terminó, dejando grandes expectativas para este jueves en que el exministro de Seguridad de ese entonces, David Munguía Payés, comparecerá ante el juez para contar su versión de los hechos.

Con ello, cerrarán los testimonios de este juicio que está revelando las entrañas de la tregua.

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