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ARENA inventa un enemigo: el Islam

ARENA inventa un enemigo: el Islam

La primera Constitución «del Salvador» en 1824 suscribía: la religión del Estado es la misma que la de la República, a saber: la Católica, Apostólica y Romana, con exclusión del ejercicio público de cualquiera otra. 17 años después cambió. Para 1841, si bien la religión católica era la única verdadera y el Estado la protegería con leyes sabias y justas, dejaba abierta la posibilidad para que todo hombre fuera libre según su conciencia para adorar a Dios. Ninguna autoridad o poder podía perturbar o violentar las creencias privadas.

Veintitrés años de paz religiosa cambiaron y una ola de intolerancia reinó en 1864 en El Salvador porque no solo se estableció la fe católica como única verdadera y se obligaba al Estado a protegerla. Aquella Constitución no reconoció la libertad de culto. En 1871 se promulgó una nueva Carta Magna que dejaba intacto al catolicismo como religión oficial, pero permitía —siempre y cuando «no ofendieran la moral y el orden público»— a las sectas cristianas. Las Constituciones de 1872 y 1882 continuaron la regulación que obligaba a las religiones no católicas a existir siempre que no realizaran «actos subversivos o prácticas incompatible con la paz y orden público. Igualmente, los no católicos no tenían el derecho a oponerse a las leyes civiles y políticas».

El establecimiento de la libertad de culto llegaría con los liberales. Promulgaron una nueva Constitución en 1883. Y la constituyente de 1886 instaló el Estado laico: el matrimonio religioso no establecía ya el estado civil de los ciudadanos. En la primera norma primaria del siglo XX, 1939, se avanzó en la laicidad de la nación al prohibir a los líderes de cultos religiosos en general intervenir en asuntos políticos.

Con el nacimiento de los regímenes militares aparecería una nueva versión de la relación iglesia-Estado. En un afán de establecer un maridaje que bendijera los fraudes electorales y detuviera el avance del comunismo en el país se eliminó la prohibición de hacer política desde el púlpito. Se abolió el pago de todo tipo de impuestos a las iglesias y disfrazaron la oficialidad del catolicismo frente a las otras denominaciones. Ya no iba a ser la fe oficial, pero sí por la vía constitucional le otorgaron (en detrimento de las otras «fes») su personería jurídica. La revolución de militares ilustrados encabezada por Óscar Osorio en 1950 eliminó por completo la religión de la Carta Magna. Se limitaba a prohibir el uso del púlpito como plataforma política. Así continuó en 1962.

Toda ola de cambio en El Salvador siempre fue convenientemente asociada por los grupos de interés económico a agentes externos. Primero a los masones y ateos franceses, pasando a culpar a comunistas, luego la revolución cubana, después a la sandinista y llegamos al siglo XXI asociando toda necesidad de cambio nacional al chavismo y ahora en 2018 la derecha religiosa salvadoreña encontró al calor del discurso xenofóbico y racista de Donald Trump un enemigo exótico: el islam.

II

La lucha por existir en El Salvador de las iglesias no católicas fue hostil, dilatada, humillante, clasista, racista y xenofóbica. Contra eso se tuvieron que enfrentar las diferentes denominaciones cristianas en nuestro país para poder finalmente establecer en la Constitución de 1983 el Estado Constitucional Democrático de Derecho que incluyó como clausula pétrea la libertad de culto.

Pero no fue una concesión llegada de una lógica jurídica de Derechos Humanos; fue en medio de una guerra civil y con un lastre de asesinatos de sacerdotes, monjas, laicos y hasta un Santo que la derecha católica conservadora prefirió el avance del pentecostalismo cristiano evangélico que el de la teología de la liberación. Así perdió feligreses el catolicismo.

Indigna la campaña que lleva a cabo la organización fantasma «Cristianos Unidos por El Salvador» que han emprendido bajo el silencio cómplice del TSE un proselitismo de odio contra una religión hija del judeo-cristianismo: el Islam.

Hacen lo que desde 1824 hasta 1983 les hicieron a ellos el sector radical del catolicismo salvadoreño: estigmatizarlos, jugar a la cacería de brujas, usar la mentalidad mágico-religiosa y humilde de la espiritualidad del salvadoreño promedio para activar su cerebro reptil, el mismo con el que opera la lógica del pandillero que busca defender su territorio frente a un enemigo imaginario.

Repiten con maldad lo que se decía en el siglo 19 para evitar el avance de los cristianos evangélicos: que la única verdadera religión era la católica, apostólica y romana. Ahora en el siglo XXI las víctimas se vuelven victimarios al sumarse al discurso maligno en perjuicio de la paz entre creencias.

En varias ocasiones Nayib Bukele aclaró que aceptó a Cristo y profesa el catolicismo y, al parecer no es suficiente, no es válido, nos miente —porque en realidad— al igual que su padre, es musulmán.

¿Cuántas familias existen donde los padres son católicos y los hijos evangélicos, cristianos o pentecostales o viceversa? ¿Separamos esas familias en nombre del Dios verdadero? ¿Dios quiere eso?

¡Cobardes! Usan a Dios para promover el odio. Pervierten el elemento misericordioso atrayente del cristianismo, ese dogma que explica cuando alguien toda su vida pudo no haber aceptado a Cristo como su salvador y, a un instante de su muerte lo acepta y será salvo. Ese elemento particularísimo y de bien ante el humano pecador «Cristianos Unidos» han decidido no validarlo para una persona, en campaña sucia para un candidato que no es de su agrado.

Corolario:

Dios manda ser feliz. Las iglesias en la tierra deberían apoyarlo en ese afán. Pero el pentecostalismo cristiano evangélico latinoamericano —para desgracia de nuestros pueblos— no será para la historia de las religiones una versión mejorada del luteranismo europeo o del anglicanismo británico, sino que se comportará en la mayoría de veces como iglesia farisea y herodiana que promueve los extremos que van desde la anomia social a la espera de un apocalipsis que lleva ya anunciándose dos mil años hasta la perversamente utilizada para beneficio de algunos, doctrina de la prosperidad, y se suben al carro del catolicismo más rancio y medieval (el mismo que los trató de destruir por 159 años) cada vez que tienen oportunidad para por fin sentarse a la mesa del poder, de los poderosos. Donde no está Dios.