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Internacionales - Long Island

Pintora salvadoreña se abre camino en Estados Unidos, sin sus brazos

La joven llegó a Estados Unidos hace varios años por la violencia que se vive en El Salvador y poco a poco ha logrado que su trabajo artístico sea reconocido.

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Andrea Aragón es una joven pintora salvadoreña que ha destacado en la ciudad de Long Island, en Estados Unidos.
Pintora salvadoreña se abre camino en Estados Unidos, sin sus brazos

Andrea Aragón es una joven salvadoreña que demuestra que no hay límites en la vida. Nació hace 21 años con un problema congénito, pero ese no ha sido impedimento para superar el bullying, la discriminación y las fronteras.

A pesar de no tener sus dos brazos, ha demostrado con el arte que crea –con sus pies y su boca- que no hay imposibles cuando se tiene el empeño para sobreponerse a las adversidades y para salir adelante.

“Vivíamos en Ilopango… ¿usted conoce Ilopango? –me pregunta Andrea- estábamos en una zona donde esos muchachos (pandilleros) molestan mucho a la gente. Yo tenía una vecina que me molestaba y me decía cosas y un día decidimos venirnos por nuestra seguridad”.

Andrea llegó a Long Island, una ciudad vecina a la Gran Manzana, hace cinco años, junto a su madre. Ellas son como muchos compatriotas que se ven obligados a dejar su país, en busca de mejores oportunidades y de una vida tranquila, lejos de la violencia que vive El Salvador y del acoso de las pandillas.

“No es fácil dejar el país de uno, dejarlo todo... pero aquí estamos más tranquilas, nadie nos molesta. Estamos mejor. En las tardes voy a la escuela y tengo tiempo de pintar”, dice con entusiasmo e ilusión.

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Una comerciante creativa

Encontré a Andrea en el Consulado de El Salvador en Long Island un día muy frío y con nieve. Una camisa blanca con letras hechas a mano en la que se leía: “Para un corazón roto, la solución está en comer pupusas” llamó mi atención, entre el bullicio y el ajetreo típico de una oficina salvadoreña de Gobierno.

Poco a poco, recorrí con la mirada las camisas que estaban en una mesa, una bolsa con varios plumones de colores, unas flores y un billete de diez dólares. Y en la silla junto a la mesa, estaba Andrea, quien además de estar enfocada pintando una camisa ayudaba sin reparos a los usuarios de la oficina consular que pedían información.

Me asombró cómo pintaba con su boca de forma tan precisa un mapa de Centroamérica, hecho por ella en una camisa blanca. La observé por varios minutos sin encontrar palabras para introducirme y empezar a conversar, pero me animé a hacerlo.

–Estás vendiendo estas camisas -le dije.

–Sí, yo hago y vendo estas camisas. Me han encargado unas de una empresa que las van a venir a traer hoy más tarde, se las voy a enseñar –me dijo mientras su madre rápidamente sacaba las camisas para mostrármelas.

–Ella las hace. Dibujó primero el mapa y luego las pinta una a una… pero ni yo que tengo las dos manos buenas puedo dibujar tan bien un mapa o escribir letras como las de ellas -presumió la mujer orgullosa de su hija.

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Andrea junto a su orgullosa madre.

La madre dice que Andrea ha sido un gran ejemplo para ella porque a pesar de su discapacidad ha sabido ser feliz y ha sabido enseñarle a no rendirse ante las adversidades.

“Extraño mi país, pero cuando la veo a ella, siempre me digo que ha valido la pena llegar hasta aquí. Ella va a la escuela, se pone a pintar sus cuadros y hace estas camisas para vender. Cuando veo todo eso, sé que aquí estamos mejor”, dice la madre, mientras Andrea le pide el plumón de color naranja.

Una pintura en deuda

Andrea descubrió su talento y pasión a los cinco años, en una academia en El Salvador apoyada por una fundación para personas con discapacidades. Le gusta retratar imágenes de la naturaleza, pero también le gusta crear sus propios diseños.

Cuando tenía 15 años, tuvo su primera exposición y en Estados Unidos ha participado en varios festivales culturales salvadoreños, donde expone y vende su arte.

Con el dinero de la venta de las camisas y de sus obras, compra los materiales que necesita para seguir creando y es además, un ingreso extra para la economía de ella y su madre.

Mientras ella me mostraba fotografías de sus obras y yo le mostraba imágenes del frío y blanco Buffalo, ella ve una que le llama la atención y me dice: “¿Y eso dónde es? Se mira bien bonita la nieve ahí. Me gustaría pintar ese paisaje, con tanta nieve”.

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Yo me comprometí a mandarle una foto de un paisaje de pinos cubiertos con nieve porque me emocionó imaginar cómo le quedará ese cuadro.

Le pregunto si extraña El Salvador y me responde sin dudar: “Hay cosas que se extrañan pero la verdad aquí nadie nos molesta. Aquí en el Consulado me dan permiso de vender las camisas y mis obras, por eso venimos casi todos los días. Me siento mejor aquí y me gusta este país”.

La fórmula de Andrea

De Andrea no solo me impresionó su capacidad de crear imágenes, también me impresionó que es una joven alegre, muy sociable y servicial, en un país donde no todos conservan esas características.

Le pregunto si le puedo tomar una foto y me cuestiona con espontaneidad: “¿Y esa la va a sacar el diario?”

Cuando le respondo que sí, me dice sin malicia: “Mejor le voy a mandar una porque ustedes los periodistas le sacan fotos feas a uno… hasta con la boca abierta sacan a la gente” y con su respuesta me deja muda.

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El receso por la hora de almuerzo casi termina para los empleados del Consulado y poco a poco empiezan a llegar salvadoreños que necesitan hacer algún trámite. Andrea pronto responde a las preguntas de los algunos usuarios que llegan a la oficina y me dice: “Ya se va a llenar, ya empezó a venir la gente”

Y para no interrumpir en su trabajo, mientras sigue pintando le hago la última pregunta: “¿Cómo es que has hecho para seguir pintando y haciendo lo que te gusta aquí?”.

Entonces me confesó su fórmula: “Hay que esforzarse en la vida. Si uno tiene un sueño hay que trabajar para cumplir ese sueño y no darse por vencido, a mí no me gusta darme por vencida y sobre todo hay que tener a Dios en su corazón para poder lograrlo”.

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