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Tragedia, Distopía y Esperanza en El Salvador

Tragedia, Distopía y Esperanza en El Salvador

La tragedia de El Salvador es la de todos los países del mundo: la falta de un proyecto alternativo ante una revolución tecnológica y mercantil que requiere un estado actualizado.  La simple autodefinición de derecha e izquierda es insuficiente para superar la distopía que la corrupción de la clase política ha generado en su electorado.  Sin embargo, el cada vez más prolífico y generalizado uso de los medios sociales para informar, convocar y movilizar a las masas como lo hicieron en Brasil y los países árabes del norte de África, ilustran el potencial de consenso de la ciudadanía en momentos de crisis. Una población frustrada y desesperada puede ser momentáneamente dirigible en cualquier rumbo -- la concientización y organización que otrora tomó décadas a los movimientos sociales, hoy día es posible en meses. 

Después de las revoluciones americana y francesa que formaron el pensamiento republicano, al capitalismo cruel y despiadado que generó el desarrollo tecnológico, industrial y económico del siglo XIX, le surgieron la propuesta socialista de lucha de clases de Marx y la conciliadora de Henry George que tomaron curso durante el siglo XX.   El pensamiento de este último fue el primero en manifestarse como solución a los enfrentamientos entre trabajadores y patronos de las corporaciones industriales que obligaban a sus empleados a trabajar 14 horas por míseros salarios.  Una década después, Rusia llevó a cabo su revolución que duró 70 años. 

La posibilidad de instaurar un sistema económico más justo con los pobres, iconizado por la experiencia soviética, inspiró a pueblos como Cuba, Nicaragua y Granada en Latinoamérica, y en algunas colonias africanas hasta tomó curso de movimiento de liberación nacional. En Estados Unidos, dos jefes de estado, paradójicamente de partidos diferentes, pero de una misma familia, Theodore y Franklin Delano Roosevelt, FDR, se encargaron de proveer de válvulas de escape al capitalismo. En 1902 T. Roosevelt legítima desde el estado la negociación de conflictos entre patronos y sindicatos de trabajadores. Tres décadas después, FDR, crea una serie de programas de asistencia social y propone leyes que protegen al trabajador y cliente de las corporaciones.  Estas válvulas le garantizaron un estabilidad al capitalismo durante el siglo XX.

Como en muchos países, los programas de seguridad social, asistencia médica y agropecuaria de Roosevelt fueron emulados en El Salvador, con instituciones como el Instituto Regulador de Abastecimientos (IRA) en tiempos del presidente Oscar Osorio y el Instituto de Vivienda Urbana (IVU) en tiempos de José María Lemus.

La propuesta de la revolución cubana para resolver la pobreza vino a acelerar la competencia de utopías en Latinoamérica y resto de países subdesarrollados. Estado Unidos lanza su programa Alianza para el Progreso para paliar la pobreza, donando cantidades de cereales y ropa usada, acompañados de construcción de escuelas en muchos países.  Por supuesto que los programas sociales no vinieron solos, Estados Unidos también promovió la creación de partidos políticos con su perspectiva en el continente recién salido de dictaduras militares. Entonces, surgen partidos demócratas, social demócratas, social cristianos, conservadores y liberales que se antepusieron a la utopía de los partidos comunistas como solución a la pobreza. En El Salvador, los militares, con tres décadas de experiencia política, abandonaron los golpes de estados y se erigieron en partido y fueron a elecciones por la dirección del estado. Así inicia el protagonismo de la actual clase política en el país.

Así surgieron propuestas políticas, que por los parámetros neoliberales de hoy en día, serían tildadas de socialistas, aunque viéndolas en retrospectiva algunas lo eran.  Todos los partidos proponían agendas prometedoras de desarrollo económico y social antes de promover a sus candidatos. Fue así como surge la propuesta de las cinco reformas estructurales del Partido Acción Renovadora (PAR) que llevó al Dr. Fabio Castillo Figueroa, como candidato a la presidencia en 1967.  El Cor. Julio Rivera Candidato por el Partido de Conciliación Nacional (PCN) planteó poner fin a “la explotación del hombre por el hombre”. 

Aunque El Salvador no era estrictamente una república bananera, dependía grandemente del comercio exterior de sus productos agrícolas. Además de producir algodón y caña de azúcar, el país fue en los 60’s, el tercer mayor productor de café en el mundo, superado solamente por Brasil y Colombia. Fue precisamente la dependencia del precio del café que se vino a pique y la deportación de casi 350,000 salvadoreños de Honduras en 1968 lo que agravó la situación económica, volviendo a los militares más represivos que reformistas, y a la izquierda, optar por la lucha armada.

Por tres décadas, los militares en el PRUD y PCN mantuvieron programas reformistas combinados con represión y los comunistas, a través del UDN, PDC y el Movimiento Nacional Revolucionario, se mantuvieron proponiendo agendas progresistas ante un electorado conservador.  Los militares instituyeron reformas populares en las áreas laboral, vivienda, seguridad social, salud y agricultura entre otros.  Tanto izquierda como derecha respondían con acento propio las políticas estadistas de Estados Unidos, profundizadas con la Alianza para el Progreso de Kennedy que intentó superar la revolución cubana como solución a la pobreza.

Después del golpe de estado en 1979, algunos dirigentes de oposición participaron en juntas de gobierno que llevaron a cabo reformas económicas, políticas, sociales y constitucionales que transformaron el país aunque no pudieron detener la guerra civil debido al avance y represión de la organización popular. Monseñor Romero lo resumió así: ”esas reformas están teñidas con sangre”. En sus intentos de abordar las causas que habían sublevado al pueblo, los gobernantes de los ochentas nacionalizaron la banca e implementaron una reforma agraria que acabó con el latifundio. 

La negociación de la guerra civil salvadoreña coincide con la caída del socialismo de estado, vanguardizado por la Unión Soviética, que deja a la izquierda mundial en una distopía -- para entonces, China ya había definido su política de “una nación, dos sistemas,” al abrazar el capitalismo para viabilizar su desarrollo económico. Tanto los ex alzados en armas convertidos en partido político, como la nueva derecha representada en Arena, focalizan sus esfuerzos en fortalecer el sistema electoral y en profundizar una economía dependiente de la ayuda exterior, privatización de recursos estatales, remesas familiares e inversión extranjera. La nueva clase política, más que sostener ideología alguna o proponer programas alternativos para desarrollar el país, se han limitado a la construcción de infraestructuras icónicas y enriquecimiento ilícito de las privatizaciones y ayuda internacional. La orfandad de competencia ideológica no les exige que se definan o se identifiquen con una política que no sea la implementación nihilista e ingenua del neoliberalismo. 

Dos de las últimas tres elecciones presidenciales no ganaron por sus plataformas políticas, sino por la habilidad de sus candidatos de construirse una imagen de superhéroe en los medios de comunicación. Tanto Tony Saca como Mauricio Funes no eran hombres de trayectoria partidaria -- eran personalidades de prensa.  Tony se hizo popular con las pipadas de agua que la Radio la Chevere llevó a las comunidades necesitadas. Mauricio Funes se la ganó criticando fuerte y efectivamente a los funcionarios de arena.  Esta tendencia, no es ni nueva, ni exclusiva de El Salvador, pero si parece prevalecer en el futuro inmediato. Guatemala ya eligió a un comediante que gano su reputación e incursión en la política por satirizar a los políticos en el poder.  Donald Trump en Estados Unidos ha ganado las elecciones derrotando a su adversarios desmarcándose de la clase política tradicional y entreteniendo con matonería seductora a un electorado ingenuo y xenófobo que había perdido la esperanza en los dos partidos.

La desesperanza y desconfianza que infunde la clase política no le permite a los partidos proyectar líderes dentro de sus cuadros fogueados, capaces de motivar al electorado salvadoreño. Ante ese vacío, individuos de fuera, mayoritariamente empresarios, se perfilan como posibles candidatos en las próximas elecciones presidenciales, sin que hayan externado su pensamiento político. Por lo menos cuatro empresarios y un exmilitar han manifestado su intención de candidatearse para presidentes. Ni la prensa, ni los practicantes del periodismo ciudadano que promueven a estos pre candidatos extrapartidarios les exigen propuestas.  Un simple culto a la personalidad, por moda o ingenuidad es lo que promueve su apoyo. 

Pero no solo estamos ante una clase política fallida, sino también ante una clase media socialmente negligente que ampara su mezquina indiferencia en la corrupción que ha salido a la luz como resultado del periodismo investigativo, el uso de los medios sociales de comunicación, y sobre todo, por un mayor protagonismo del órgano judicial del estado. Desde que se dieran a conocer los casos de corrupción de la administración Funes, los individuos más activos en las redes sociales y la prensa han limitado sus críticas a la reciente y presente administración, promoviendo una distopía entre el pueblo que destruye toda esperanza en un futuro mejor.

Aunque El Salvador sea uno de los países políticamente más movilizados del mundo, la mayor parte de sus acciones no presentan una visión coherente de país. La clase media inconscientemente promueve la anarquía al limitar su protagonismo a señalar la corrupción estatal, buscando intervenciones fracasadas como las de Libia, Egipto y Guatemala, que no fueron una solución a la desesperanza de los pueblos. Esta actitud de la clase media salvadoreña demuestra no solo una memoria y perspectiva cortas, sino una desconexión del resto del mundo que diariamente impacta el precio y calidad de su alimentación, vestuario, transporte y entretenimiento, pretendiendo autosuficiencia económica. 

Es un lujo ingenuo que El Salvador pretenda depender de la ayuda externa y las remesas familiares para funcionar como país.  En un momento en que China emerge como el nuevo regidor del mundo, a través del control de la oferta y demanda de sus productos y el desmantelamiento de la regulación del comercio local, y que Rusia se erige en una potencia política y económica, y EE.UU., el aliado tradicional de los países subdesarrollados del hemisferio occidental, ensaya al proteccionismo bajo un estado gendarme para enfrentar una economía cada vez más globalizada regida por un orden plutocrático, El Salvador no puede profundizar su dependencia en Estados Unidos. 

La corrupción no es un invento nuevo. Nuestro conocimiento de ella si lo es. y se ha dado gracias a un sistema de frenos y contrapesos que plantea la república. Y por supuesto, el conocimiento de la corrupción es resultado del periodismo ciudadano, que hoy con un teléfono puede colectar y diseminar información, en minutos.  Identificar, procesar y castigar la corrupción por sí sola, no va dar a El Salvador un bienestar real, sino de carácter moral punitivo.  Es necesario recuperar lo robado y fortalecer los sistemas legislativos, fiscales y judiciales de control de la corrupción a nivel nacional y municipal. 

La más factible solución al endeudamiento, la exagerada tributación de los pobres y los recortes a la inversión social del estado, es el fortalecimiento de su estado de derecho a través de un empoderamiento ciudadano. Aunque la Sala de lo Constitucional fue creada por la Asamblea Constituyente de 1983, ha sido hasta el 2009 que su función se hace notoria en la ciudadanía. Los 4 miembros de la actual Sala, cuyos miembros empezaron como los 4 fantásticos, luego héroes bajos sospecha y hoy un gallo tapado del otro equipo para impactados por sus decisiones, tiene la oportunidad de dejar un legado constructivo a El Salvador, que podría contribuir significativamente a desarrollar el país.  Aunque al inicio parecía que sus decisiones estaban enfiladas contra Funes, el efecto de las sus recientes demandas y el trabajo del periodismo investigativo ha emparejado el impacto del trabajo de la Sala de lo Constitucional en toda la clase política del país. 

Pero, como dice mi profesor de Teoría General del Estado “toda decisión se da en un contexto político” e histórico, la sala no solo debe buscar consistencia jurídica y apego a la ley en sus decisiones, sino también coherencia política y social. En seco, una mujer que tiene un aborto va a la cárcel y eso es legal y apegado a la ley; sin embargo, es responsabilidad de un juez sopesar el impacto en la vida del resto de la familia, el enviarla por 24 años a la cárcel. Al igual que las cuentas anónimas en bancos suizos que muchos exmandatarios usaron para guardar dineros de dudosa procedencia pasaron de identificarse con nombre apellido, una decisión de la Sala de lo Constitucional dio paso a las candidaturas no partidarias y a listas abiertas de candidatos identificados, que en lo inmediato pudieron afectar a un partido específico, pero que tendrán un impacto histórico en toda la clase política de El Salvador, en el futuro.

Un protagonismo parejo de la Sala de Lo Constitucional, la Sección de Probidad de la Corte Suprema de Justicia y la Fiscalía General de la República podría hacer del estado de derecho un vehículo de esperanza para El Salvador. Un sesgo e incoherencia políticos dejaría que la ciudadanía continuará hundiéndose en una distopía que más que estéril generaría anarquía. No se puede seguir focalizado en la sola identificación de la corrupción mientras la desigualdad social fermenta otra guerra civil que como derroto  a los militares, acabaría con la actual clase política no necesariamente por medios pacíficos electorales. Si el socialismo ya no desafía al capitalismo a humanizar su funcionamiento con inversión social en países como EEUU, en El Salvador la edificación de un estado de derecho debe desafiar a los actuales políticos a democratizarse y proponer soluciones a la pobreza que empuja al ciudadano a la violencia, y a la pérdida de la dignidad en aquellos que conscientes de las inequidades y sus consecuencias. De no fortalecer el estado y los partidos políticos, la globalización y la revolución tecnológica desguazaran la débil república de El Salvador.