• Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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¿A qué te sabe la web?

Antes... existía un sólido y bien organizado servicio postal que repartía cartas lloviese o no. En tiempo de guerra con perfume de pólvora y en tiempo de paz con deseos de prosperidad y buena voluntad.

¿A qué te sabe la web?

Antes de que las redes sociales nos volvieran esclavos; encorvados e  insípidos humanos con dedos largos precisos y perceptivos... había cartas.

¡No estábamos incomunicados con el mundo, ni mucho menos!

Había que esperar un poco más, sí, pero ¡que emoción sentías cuando el cartero (extintos ahora) tocaba a tu puerta y depositaba en tu mano la ultima epístola del primo Federico!

No estábamos, como creen algunos jóvenes post correo, aislados de la realidad o de los seres amados.

Existía un sólido y bien organizado servicio postal que repartía cartas lloviese o no. En tiempo de guerra con perfume de pólvora y en tiempo de paz con deseos de prosperidad y buena voluntad.

Cartas de coloridas estampillas olorosas a mundo, trenes y largos caminos.

Misivas en las cuales debían escribirse correctamente las palabras, porque respetábamos el buen gusto del que nos leería.

La letra debía ser legible, y lo más bonita posible.

En su defecto, se buscaba al escribano del pueblo que sabia como hacer letras colochas y a veces agregaba o corregía palabras según su sapiencia ya olvidada.

No existía “Control Z”

No existía “f7”

Si te equivocabas tenias que escribir una nueva carta.

¿Alguna vez escribiste alguna?

Se hacían en una hoja de papel de carta

¡Sorpresa! Ahora sabes porque el papel se llama tamaño carta

Un domingo por la mañana, o cualquier día gris de invierno tomabas una hoja de papel, bolígrafo, seso y corazón y comenzabas a garabatear vivencias, emociones, quebradas, caminos, cumpleaños… ¡muertos!

Cartas de amor, empapadas con lágrimas, y pétalos de rosas marchitas, ¡imperecederas letras que se firmaban con sangre!

Cartas perfumadas con cafetales en flor y poesía, cartas que cantaban, cartas que rezaban, cartas que reían, cartas que lloraban.

Debías caminar hasta la estación de correo, y depositar el sobre (que ahora solo se usa en las iglesias) en el insaciable buzón de madera medio desteñido por el constante manoseo.

Si la carta se quedaría en el terruño, el sobre era inmaculado, si iba a recorrer el planeta el sobre tenía alas azules y rojas en los extremos y las estampillas eran más costosas.

¿A que sabían las estampillas cuando las remojabas con tu lengua?

¿A qué sabia el pegamento del sobre que lamíamos con los ojos entrecerrados mientras pensábamos en el amigo de verdad, que la abriría en las lejanas tierras del norte, para saborear las añejas noticias y recibir los besos y abrazos de todos los chorreados, amigos y familiares?

¿A qué te sabe la Web a ti?

Ahora todo es más sencillo… ahora todo es más fácil…sí. Pero se ha perdido la pasión…

Tomas tu móvil, te conectas a la red, ves los miles de amigos imaginarios y escribís: “Estoy en el baño”

Zuckerberg… mataste la pasión

Steve… sos el peor de todos, esclavizaste a la humanidad entera.

¿O no?