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Política - Columna de opinión

Sánchez Cerén, ¿déficit mental o incompetencia política?

La estrategia del llamado “golpe suave” o “blando” está en curso articulado contra los gobiernos que son o que se definen de izquierda de América Latina, pero eso no explica las deficiencias, ineficiencias e insuficiencias propias de esos gobiernos.

Geovani Galeas
Geovani Galeas, editor de política, Diario El Salvador TIMES
Sánchez Cerén, ¿déficit mental o incompetencia política?

Es posible que los dos términos no sean excluyentes, en la medida en que la incompetencia política puede derivar de una tara mental, pero también es verdad que una cosa no está siempre y necesariamente relacionada con la otra. La incompetencia política puede ser el resultado de diversas causas que pueden ir desde una precaria inteligencia emocional hasta una nula vocación de mando y por tanto una carencia personal de liderazgo.

Como mi ignorancia en materia de psiquiatría es oceánica, resulta irrelevante lo que yo pueda opinar el tema de la salud mental. Sin embargo, dado que desde la adolescencia he realizado no pocos esfuerzos para entender siquiera los elementos más básicos de la ciencia política, algo puedo decir al respecto.

En general, entiendo la política como la administración de los problemas públicos, lo que supone la mediación en un  entrevero de intereses no siempre armónicos y con frecuencia contrapuestos. Por eso es que el centro de la actividad política es o debería ser el diálogo, la negociación y el acuerdo. En rigor no hay solución a los problemas sociales, en democracia al menos, al margen de ese método ya practicado en asamblea por los antiguos griegos.

Pero dialogar, negociar y pactar son actividades que requieren habilidad, tolerancia, prudencia, inteligencia, sentido de las prioridades, claridad propósito, conocimiento objetivo de la correlación de fuerzas y liderazgo. Quien carece de cualquiera de esas aptitudes seguramente fracasará como dirigente político y más aún como gobernante.

Ese tipo de fracaso se evidencia cuando se presentan excusas en lugar de soluciones, y es más estrepitoso cuando los problemas no solo no se resuelven sino que se agravan y se multiplican día a día.

Los problemas más sensibles que tenemos los salvadoreños están relacionados a la seguridad ciudadana, la economía, la salud y la educación, y la pregunta elemental es si estos problemas se están resolviendo o, por el contrario, se están profundizando. En estas áreas no hay manera de ocultar la realidad, puesto que las consecuencias concretas de esos problemas las sufre en carne propia y de manera cotidiana el conjunto de la sociedad.

La insatisfacción y el malestar del conjunto social se manifiestan en forma de protesta continua en las calles, y se reflejan en los índices de reprobación al gobierno que de modo sostenido presentan las encuestas.

Lo peor que un gobernante y su entorno pueden hacer es atribuir tanto la protesta como la reprobación a una oscura actividad conspirativa por parte de sus enemigos internos y externos. Y esto no quiere decir que los conspiradores sean imaginarios, quiere decir que si estos son un obstáculo para el desarrollo nacional, el gobernante puede y debe usar la ley para derrotarlos, y si no lo hace su queja es estéril y su incapacidad evidente.

En efecto, estoy convencido de que la estrategia del llamado “golpe suave” o “blando” está en curso articulado contra los gobiernos que son o que se definen de izquierda de América Latina, pero eso no explica las deficiencias, ineficiencias e insuficiencias propias de esos gobiernos. Es claro que hubo una conspiración contra Dilma Rousseff y que la hay contra Nicolás Maduro, pero también es innegable el pantano de corrupción que anegó al partido y al entorno de la primera, así como la clamorosa ineptitud política y administrativa del segundo.

Precisamente por eso es que el intelectual de izquierda que muchos consideramos el más brillante y vigoroso de la actualidad latinoamericana, me refiero al vicepresidente boliviano Álvaro García Liniera, ex guerrillero y marxista-leninista confeso, al referirse a las crisis de dichos gobiernos latinoamericanos, plantea que en realidad la explicación de tales crisis no está en las conspiraciones sino en dos factores inherentes a los propios gobiernos: el manejo de la economía y la relación con los movimientos sociales. Según García Liniera, si la política económica no se refleja de manera concreta en una mejora sostenida del bolsillo popular, y si el conjunto de las políticas públicas no representa y favorece de modo ostensible los intereses de la mayoría social, no hacen falta conspiraciones para derrotar a esos gobiernos.

¿Cómo está en El Salvador el estado de los dos rubros marcados por García Linera? Para responder correctamente a esta pregunta basta con meterse la mano a la propia la bolsa y con darse una vuelta por la calle.

En relación puntual al presidente Salvador Sánchez Cerén, lo que el diputado arenero René Portillo Cuadra señala como un posible déficit de capacidad mental, la gran mayoría de los ciudadanos consultados en las encuestas lo denominan opacidad, ausencia y falta de liderazgo, en dos palabras: incompetencia política.

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