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Sucesos - Reportaje Especial (Primera Entrega)

¿Quién mató al sindicalista Gilberto Soto? El sospechoso manejo de la escena del crimen

Se  dice que el éxito en la investigación de un delito depende, casi en un 90 por ciento, de una adecuada inspección del lugar de los hechos; y que esta tiene mayores perspectivas en dependencia a lo que se haga en los primeros minutos más próximos al suceso. Sin embargo, en el caso en cuestión, la inspección correcta se llevó a cabo casi un mes más tarde.

Gilberto Soto
Gilberto Soto
¿Quién mató al sindicalista Gilberto Soto? El sospechoso manejo de la escena del crimen

A Gilberto Soto le asestaron tres balazos frente a la casa de su madre. Elsy Arely oyó las detonaciones y un grito, abrió la puerta y encontró a su hermano tendido en la acera sobre un charco de sangre, pero aún estaba vivo. En ese momento comenzó a llover. 

Eso ocurrió a las seis y media de la tarde del viernes cinco de noviembre de 2004, en la colonia Saravia de la ciudad de Usulután.

Elsy Arely llamó desde su móvil a su esposo, Carlos Chacón, que estaba en casa de unos amigos a un par de cuadras de distancia. Ambos, con la ayuda de unos vecinos, subieron a Gilberto al pícap de Carlos Chacón y salieron a toda velocidad hacia el hospital. 

Mientras tanto, tres agentes de la unidad local del 911 de la policía llegaron pocos minutos después a la escena del crimen. Eran los agentes Contreras Valladares, Hernández Henríquez y Rivera Ostorga. Lo primero que hicieron fue perseguir al auto en que trasladaban al herido e intentar interrogar a Elsy Arely y su esposo. Ella les exigió indignada que mejor fueran a buscar a los delincuentes. Gilberto murió pocos minutos después en el hospital. 

Los policías regresaron a la escena del crimen, pero cometieron un error: olvidaron acordonar el sitio con cinta de resguardo mientras realizaban las primeras pesquisas. Unos vecinos les informaron que los asesinos, en su huida, habían dejado abandonada una bicicleta a unos quince metros de distancia. “Ahí deben estar las huellas digitales”, dijo un vecino. 

El agente Hernández Henríquez argumentó que la lluvia seguramente había borrado las huellas, y acto seguido cometió otro error: sin usar guantes, ni tomar cualquier otra precaución, agarró la bicicleta tipo montañesa, pintada de azul y rojo, y la tiró en la cama del carro patrulla sin considerar que con ello alteraba la escena del delito y contaminaba evidencia clave. 

Momentos después llegó otra patrulla policial, bajo el mando del agente Alberto Maravilla. Entonces Hernández Henríquez y sus dos compañeros salieron a rastrear la zona. Pasados unos quince minutos, la patrulla de Hernández Henríquez se encontró en otro punto de la ciudad con la de Alberto Maravilla. Era un nuevo error: ninguna autoridad estaba protegiendo la escena del crimen.

Los policías decidieron que Alberto Maravilla regresara a la colonia Saravia mientras el otro grupo continuaba el rastreo. Luego de una hora de búsqueda infructuosa, Hernández Henríquez y sus compañeros retornaron al lugar de los hechos, el cual todavía no estaba acordonado, lo cual finalmente se hizo hasta ese momento.   

Entonces Hernández Henríquez recibió la orden de atender otra diligencia en San Dionisio, un pueblo cercano. Antes de partir advirtió que la bicicleta ya no estaba en la cama de la patrulla, un error más: el agente Contreras Valladares la había vuelto a poner en la calle “para no andarla cargando”, explicaría luego.

Entre tanto, los investigadores y técnicos de laboratorio requeridos para que inspeccionaran la escena del crimen, alegaron que el fiscal de turno les había ordenado realizar otra diligencia en Santiago de María. Total, otro error más: la inspección de la escena del crimen, a esas alturas ya enteramente contaminada y alterada por los curiosos y por los mismos policías, se realizó hasta las once de la noche. Cinco horas después del asesinato. Ello con el agravante de que ni siquiera se encontraron los casquillos de las balas.

Se  dice que el éxito en la investigación de un delito depende, casi en un noventa por ciento, de una adecuada inspección del lugar de los hechos; y que esta diligencia, a su vez, tiene mayores perspectivas en dependencia a lo que se haga en los primeros minutos más próximos al suceso. Sin embargo, en el caso en cuestión, la inspección correcta se llevó a cabo casi un mes más tarde, el primero de diciembre, y permitió el hallazgo de una bala mediante el procedimiento de fijación por cuadrícula.

En suma, aquí se violó punto por punto el manual más básico de criminalística.

La errática actuación policial que he descrito no es una interpretación personal de lo dicho sin mayor rigor por terceros. Los hechos constan en el expediente judicial y fueron los mismos policía involucrados quienes los revelaron. 

Cuatro días después del asesinato, la policía de Usulután fue relevada del caso, el cual pasó a control de la División Especial contra el Crimen Organizado, DECO, de la Policía Nacional Civil, PNC. La investigación quedó a cargo de un equipo dirigido por el inspector Isaac Amaya Villalta. Luego de dos semanas, el 29 de noviembre, también la fiscalía subregional de Usulután fue relevada por la Unidad contra el Crimen Organizado, UCO, de la Fiscalía General de la República, FGR.

El 4 de diciembre, apenas a un mes del hecho, ambas unidades especiales anunciaron haber descubierto toda la trama criminal, y presentaron a los presuntos autores intelectuales y materiales. Lo lógico era felicitar a esos dos organismos de élite por su eficiencia, pero más bien su actuación fue severamente impugnada, hasta el punto de que algunos denunciaron un posible fraude en la investigación, lo que pronto daría paso a una oleada de enérgicos reclamos al gobierno salvadoreño por parte de muy encumbradas oficinas políticas de Washington.

¿Pero qué tenían que ver algunos congresistas de los Estados Unidos con el asesinato de un humilde trabajador salvadoreño?

La respuesta radica en saber quién era y a qué se dedicaba Gilberto Soto, lo cual contaremos en la segunda entrega de este reportaje.

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