• Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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Sucesos - 10 años de prisión

Vio como su esposo fue asesinado salvajemente a machetazos y su testimonio sirvió para condenar al responsable

Dos hombres fueron los que cometieron el hecho, pero uno tenía el rostro cubierto, por lo que no pudo ser identificado. 

Foto referencia
Vio como su esposo fue asesinado salvajemente a machetazos y su testimonio sirvió para condenar al responsable

Tres golpes certeros a la puerta de madera interrumpieron el sueño de Heriberto Najarro y de Francisca (nombre cambiado). A penas lograron recuperar el aliento, cuando otro golpe más fuerte terminó por ponerlos alerta. Eran más de las 9:30 de la noche, y aunque era extraño que alguien tocara de esa manera a su puerta, nunca imaginaron que eran los últimos minutos de vida de Heriberto.

Francisca saltó de la cama y con miedo se acercó hacia la ventana. “Somos la policía, abran”, gritaron dos hombres de voz ronca. Ella les pidió una identificación. Ellos no accedieron. Los golpes continuaban, eran crujientes, sonoros, desafiantes.

Afuera de la casa una pobre luz alumbraba el suelo de tierra y a los hombres, pero un solo golpe al foco y la oscuridad inundó el lugar. Francisca corrió donde su esposo, quien aún tenía encendida la televisión con la que se había quedado dormido minutos antes. “Llamá a la policía”, le advirtió ella.

A tientas la mujer logró encontrar el interruptor del único foco de la casa y buscó una escoba. Heriberto salió del cuarto, tomó la escoba y se fue a la puerta. Los golpes seguían. Cada vez eran más fuertes, más cercanos. Se oía como la madera se desgarraba. Fue entonces que la pareja entendió que eran machetes los que usaban para golpear.

La mujer sentía el corazón a mil por hora, buscó el machete de la casa, pero no lo encontró. El miedo la hizo resguardarse debajo de su cama. Los golpes continuaban.

"Me han herido"

Aquella noche calurosa del 19 de marzo de 2014, en aquella casa del cantón San José, de Ilobasco, los estruendos de la madera hacían estremecer todo el lugar. En la casa también había un menor, pero por suerte de no se había percatado de los hechos y continuó dormido en su cama.

Un grito hondo de  Heriberto asustó más a Francisca. “Me han herido”, le dijo entre lágrimas. El machete había alcanzado a robarle un pedazo de su dedo, la sangre se desbordaba por su mano. Los hombres continuaban despedazando la puerta.

La mujer salió de la cama, pero un ropero le impidió acercarse. Desde ahí, fue testigo de la escena más horrorosa que en todos los años de su vida jamás se habría imaginado ver.

Los dos hombres lograron botar la puerta. Y cuando lograron entrar a la casa se abalanzaron sobre Heriberto. Las hojas de los machetes rompieron si piel, sus músculos, su cráneo.

Quedó tendido, tirado en un huacal grande donde solían lavar el maíz. Ahí quedó regada su sangre.

Su mujer la vio todo, pero solo logró reconocer a uno de los hombres, el otro tenía tapado el rostro. Esa cara conocida, nunca la va a olvidar. Era Lucio Rodas, un hombre a quien pudo reconocer en el careo y quien enfrentó un juicio por este caso.

Así, Rodas fue condenado en el Tribunal de Sentencia de Sensuntepeque a 10 años de prisión por homicidio simple.

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