• Diario Digital | viernes, 26 de abril de 2024
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Víctimas de las lacras delincuenciales y la pena de muerte

“Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el “territorio” es elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima. Lo específico de nuestro tiempo es que a todas las demás asociaciones e individuos sólo se les concede el derecho a la violencia física en la medida en que el Estado lo permite. El Estado es la única fuente del “derecho” a la violencia.”
Max Weber. 

 

Víctimas de las lacras delincuenciales y la pena de muerte

Nuevamente fui víctima de delincuencia que azota el país y San Salvador. Esta vez fue en la calle atrás del centro comercial El Paseo en la colonia Escalón. Me acercó al auto, el cual había estacionado en dicha vía debido a la falta de espacio en el parqueo del "mall”, para darme cuenta que la chapa estaba rota. Robaron un equipo de música, un saco azul y un libro de Horacio Quiroga –capaz tenían sed de conocimiento la lacra social-.

Llamé a la policía quienes se presentaron y les expliqué las pérdidas. Mi madre les comentó sobre lo  mal que está la delincuencia en esta ciudad y que habíamos tenido suerte de no encontrarnos directamente con los criminales.  Los dos agentes muy amables nos contaron que esa zona de la comunidad Corazón de María era muy peligrosa. Que los sujetos - que yo llamo lacra social –  iban a pie pues en auto se hubieran robado la llanta de repuesto y otros accesorios y posiblemente el coche. Yo les comenté que la culpa fue mía debido a que sabía que esa zona era de control de dicha lacra. Los agentes de la PNC  se fueron y después reflexioné que no era mi culpa, que no es culpa de las víctimas de la delincuencia caer en sus garras. Uno debería poder caminar, jugar, conversar, salir con la mascota y estacionarse en cualquier lugar de San Salvador y no vivir con temor de convertirse en una víctima más. 
 
Para problemas radicales, soluciones radicales
 
Nunca estuve a favor de la pena de muerte por considerarla que no frenaba  las acciones de los más despiadados criminales sociópatas. Pero después de ver los diferentes rostros de las actividades de la  lacra social que tiene secuestrado muchos países de América Latina y la impunidad con la cual actúan,  creo que se debería tomar en cuenta su aplicación. 

La lacra social, en estos tiempos, ha perdido el miedo y están más organizados que muchas instituciones civiles y la misma policía. Actúan con todo despotismo en nuestros barrios y hasta son justificados por grupos formados por falsos defensores de derechos humanos que se preocupan más por las lacras que por las víctimas de estos. Curas demagogos  y algunos periodistas prostituidos con  argumentos débiles e interés oscuros,  son los voceros indirectos de esta lacra. Estos tratan de vendernos la mentira que estos sujetos son tan solo víctimas del sistema injusto  en el que vivimos. 

Obviamente el sistema actual es culpable de muchos males sociales, pero queda claro que los grupos delincuenciales no tienen interés de modificar su accionar,  pues ganan más dinero con sus actividades fuera de ley  que con un miserable sueldo mínimo. Estos sujetos no tienen la menor intención de ser ciudadanos útiles, ya  que la mayoría  se sienten bien perteneciendo a bandas terroristas y tienen una conducta psicológica deformada  que el Estado no podrá modificar. 

En una sociedad en crisis, se debe restaurar  la armonía social eliminando a quienes la colocan en peligro. Si vemos al ente social como un organismo sistémico, se tiene que separar  la presencia amenazante de individuos capaces de causar un daño extremo en él.  Es necesario amputar los miembros apestados del organismo social para evitar la gangrena que termina afectando a los ciudadanos que sí buscan vivir en paz. La pena capital se tendría que aplicar para crímenes atroces ejecutados por asesinos, pedófilos, violadores y terroristas. 

Junto a la  pena de muerte,  la militarización es otra opción viable. Esta acción permite trabajar con la represión en el mismo lugar donde la lacra está presente. Es conocido que muchas naciones han tenido que recurrir a medidas duras para frenar a estos grupos como el caso de Brasil. Las primeras intervenciones  con policías de brigadas bien armados y militares permitió  pacificar las favelas de Río de Janeiro, zona que eran controladas por lacra social ligadas al narcotráfico.  El GOPE, Batallón de Operaciones Policiales Especiales, sigue con las medidas de intervención constantes en las favelas y su fin es ayudar que los habitantes de estas zonas marginales puedan vivir en tranquilidad. 
 
Pero cuando se ha perdido el control territorial de zonas en una nación, la opción es la militarización completa,  sumando los toques de quedas enfocados territorialmente. Así mismo la construcción de muros de contención que  permitan a las autoridades censar y controlar a la lacra delincuencial. Esta es una estrategia que brinda  seguridad a las zonas donde, por la inoperancia del  Estado, todavía no se ha logrado la pacificación territorial. La guerra contra la delincuencia debe ser frontal y no a medias tintas. No se debe permitir que un pequeño grupo de farsantes ocultos tras curules, sotanas, pulpitos y mercenarios de la palabra disfrazados de periodista, quieran mostrarnos una realidad de paz que solo vive en su imaginación. Esta personas solo usan los derechos humanos de una forma ofensiva hacia las víctimas reales de la delincuencia. Estos se oponen a la pena de muerte con argumentos huecos y moralidad de dos caras. No se dan cuenta que los condenados a la pena capital son las  los víctimas del crimen impuesto por las lacras delincuenciales que justifican y defienden como que ellos fueran las víctimas y no los victimarios. Son parte del problema junto a los sistemas judiciales corruptos, políticos populistas y gobiernos tolerantes frente al terrorismo delincuencial.

Una Estado donde la delincuencia manda ha perdido su eje de dirección en pos de proteger a los ciudadanos.  Un país donde una víctima comienza a sentirse culpable de serlo refleja un daño psico-social por culpa del stress provocado por las hordas de lacras. Al final de cuenta,  estamos encarcelados en nuestros hogares y somos presas de caza de los amos de la calle: el lumpen delincuencial. La prioridad social debe ser la protección de los ciudadanos productivos y que buscan salir adelante con sus familias y  no la tolerancia con  la lacra que es minoría y  solo sirve para asesinar y sembrar el terror.  El orden debe imperar y volverse a imponer: “el monopolio de la violencia física legítima”.