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Sucesos - Columna

Un combatiente muere solo frente al mar fulminado por un brutal golpe de belleza

El hombre que está solo en la playa era un combatiente. Por suerte o por lo que fuera logró salir vivo de aquel infierno, y está intacto. No hay heridas que le mancillen el cuerpo, ni pesadillas que le devoren las noches. Está sano y a salvo. El capítulo de lo atroz ya se ha cerrado. O eso es al menos lo que parece.

Geovani Galeas
Geovani Galeas, escritor
Un combatiente muere solo frente al mar fulminado por un brutal golpe de belleza

El hombre está solo en la playa. El agua le besa apenas los pies desnudos, dejándole restos de espuma tibia entre los dedos. El hombre extiende la mirada hacia el horizonte profundo, allá donde el mar y el cielo se funden en una sola línea que el sol que se va poniendo pinta con suaves destellos dorados. El hombre respira hondo en silencio, y ante la pureza de ese paisaje la palabra cielo simplemente se hace en su boca.

La guerra ha terminado. “Campos sembrados de cruces y bosques de femorales. Sordera, estupor, ceguera, y ellos no volverán”, resume el poeta Álvaro Menéndez Leal. Y el eco del poeta César Vallejo parece responderle en otra clave: “Hay golpes en la vida tan fuertes, yo no sé. Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma. Y el hombre, pobre, vuelve los ojos como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza como un charco de culpa en la mirada”.

Sí, pero la orgía de los descuartizamientos y de los ríos de sangre ha cesado por fin. El hombre que está solo en la playa era un combatiente. Por suerte o por lo que fuera logró salir vivo de aquel infierno, y está intacto. No hay heridas que le mancillen el cuerpo, ni pesadillas que le devoren las noches. Está sano y a salvo. El capítulo de lo atroz ya se ha cerrado. O eso es al menos lo que parece. Eso es lo que nos han dicho. Eso es lo que anhelamos creer.   

¿Cuánto dolor y cuánta crueldad habrá visto y padecido, o habrá infligido él mismo a otros, ese hombre que ahora está solo y en silencio frente al mar? ¿Qué piensa y qué siente en ese momento? No lo sabemos. Silvio Rodríguez, que es quien relata en una de sus canciones la historia de ese hombre, no lo dice. Pero sí nos cuenta lo que mira. De pronto, “y como si no hubiera más en el mundo, por el firmamento pasó una gaviota, vals del equilibrio, cadencia increíble, blancura de lirio, aire y bailarina, canción de la brisa, tan rápida y tan detenida”, dice Silvio.

Pero no todos nos hemos manchado de sangre las manos y el alma en una guerra. En consecuencia no todos hemos recibido y también dado golpes tan fuertes como esos de los que habla César Vallejo, porque el fuego de la guerra es de morir y es de matar.

Ciertamente no parece posible mayor belleza elemental, incluyendo en el cuadro a ese soldado sobreviviente que la contempla en silencio. Todos hemos presenciado siquiera una vez algo semejante, y todos sabemos que la sensación que produce es lo más cercano a lo que llamamos sublime. Pero no todos nos hemos manchado de sangre las manos y el alma en una guerra. En consecuencia no todos hemos recibido y también dado golpes tan fuertes como esos de los que habla César Vallejo, porque el fuego de la guerra es de morir y es de matar.

Al atardecer, frente al mar y bajo el cielo, mirando el vuelo blanco y perfecto de esa gaviota que evoluciona contra la línea del horizonte, quién no habrá de sentir la pureza, el esplendor, la gracia y la fuerza inocente de la naturaleza. Y nos da por amar, cantar y bailar o reflexionar. Es una celebración de lo que sentimos que es bello y es bueno para la vida que como el mismo mar, y como dicen los poetas, está siempre recomenzando.

Y entonces, sin previo aviso en medio de ese idilio entre el hombre y la belleza, en la canción de Silvio Rodríguez hay un giro desconcertante pero que quizá debíamos haber intuido desde el principio, dados los antecedentes suministrados, (quien tenga oído, oiga; quien tenga entendimiento, entienda): “Disparo en la sien y metralla en la risa, gaviota que pasa y se lleva la vida, y el que anduvo intacto rodó por la tierra, huérfano y desnudo, herido, sangrando”.

En realidad, nadie sale ileso de una guerra.

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