• Diario Digital | viernes, 29 de marzo de 2024
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¿Otro partido?

¿Otro partido?

No existen condiciones reales para el surgimiento de una nueva vía desde la institucionalidad partidaria. Hablo de algo real, serio, fuerte, no de cascarones fantasmas. La representación mayoritaria pasa, aún, por dos instituciones que, aunque anquilosadas en la desesperanza, la indignación y el abandono de su esencia ético-política, siguen siendo fuertes por la presencia del voto duro, ese que acude a las urnas más allá de realidades que deberían atragantarse en cualquier sociedad indignada, y marca las banderitas que lleva pintadas en el corazón, no en el cerebro. Un nuevo partido con posibilidades de acceder al poder es inviable de momento, aunque necesario; esto porque quienes manejan los hilos de Alianza Republicana Nacionalista y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional aún absorben potestades absolutas de cara a la conciencia política de la población. Se han encargado ambas instituciones de fundar la idea de que no existe otro horizonte que no pase por sus fauces, y su poder sigue latente en todas las dimensiones de la vida de los salvadoreños. Acaparan desde idearios de libertad hasta banderas de memoria histórica, y es algo que no han construido ayer. Así su peso. Así su fuerza. Quienes los siguen con venda en los ojos son determinantes para justificar la vida de dos gigantes con mazo y sin vergüenza.

Sin embargo, lo anterior, ese panorama agrio para otra alternativa de representatividad democrática, no significa que no se deba pensar y vivir en la utopía de un nuevo camino desde la praxis política. Incluso a través de un nuevo partido. Y seamos  más claros aun: la idea de movimientos apolíticos como solución a nuestros problemas es irreal, estúpida y carente de sentido. Cualquier organización que abandere el abandono de la política no merece crédito, porque está vendiendo humo y piedras. Abrazar esa postura y creerla con mayor estatura moral surge solo por ignorancia o por estupidez. No hay tal cosa de apolítico, porque incluso la idea de una postura alejada de la urdimbre partidaria es, de hecho, una idea política.

La generación actual, muchas veces por la inercia de discursos vacíos o hasta populistas, empieza a reflexionar sobre el agotamiento del crédito dogmático respecto de la representación partidaria. Además, la indignación popular comienza a abrir brechas que se plantean la necesidad de acabar con una clase política obtusa, que ha fallado constantemente en su capacidad por mejorar las condiciones de la sociedad. Pero hay que decir que sus yerros iniciales se asoman cuando creen que abandonar la representación partidaria y el sistema actual significa abandonar la idea del ejercicio político ciudadano. Política no significa (solamente) partidos; no obstante, esas entidades u otras —nuevas, distintas— seguirán siendo vehículos indispensables para alcanzar el ideal.

Es decir, más allá de que los partidos actuales sigan siendo fuertes y que no haya asidero real para el aparecimiento de otros medios de poder político —de los reales, repito, no tonteras que se las lleva el viento— que mejoren la vida de la gente y nos hagan salir de este caos de país que hemos construido, es necesario empezar a plantear una reflexión más profunda sobre el sistema partidario, culpable directo de nuestros tropiezos. No es el momento para otro partido, aún no. Pero la idea no debe abandonarse. A todas luces se ha agotado la paciencia de la mayoría, pero esa mayoría es perezosa para emprender una nueva faena. La corrupción imperante y la ineficacia de las políticas públicas son la espada y la pared en medio de las cuales está la sociedad salvadoreña. Ya ni el discurso ideológico cuela en el imaginario, porque la ciudadanía ha empezado a observar la manipulación de la palabra como una práctica común; el anacronismo como característica de ambos polos mayoritarios; la guerra dialéctica vacua que nos pone a merced del maniqueísmo de siempre; el abandono de la coherencia ética y la ruptura con la esperanza como colofón. De ahí la pérdida del autoestima nacional, el hartazgo, las arcadas de la nación.