Sucesos - Caravana del migrante
El éxodo masivo de salvadoreños está dispuesto a derrumbar el muro de Donald Trump
Cientos de personas de diferentes departamentos de El Salvador se reunieron en San Salvador para salir hacia Estados Unidos. El éxodo masivo de salvadoreños fue inspirado por miles de hondureños que llenaron las fronteras en su intento de huir de su país.

Con mochila en la espalda y un futuro incierto, cientos de salvadoreños partieron de la Plaza Salvador del Mundo, en San Salvador, en búsqueda de un sueño que comenzó en grupos de Whatsapp donde señalaron que estaban dispuestos a entrar a Estados Unidos sin importar lo que dijera el presidente Donald Trump.
Eran las 5:00 a.m. y uno a uno de los migrantes de un primer grupo se fueron juntando hasta formar una gran columna que llenó la alameda Manuel Enrique Araujo. En su mayoría sus integrantes son personas empobrecidas, humildes que dejaron todo en busca de una mejor vida.
Otro grupo que decidió quedarse a esperar a los que estaban por llegar a ese lugar; en el que se encontraba José, un vigilante de seguridad privada que renunció a los $110 quincenales por intentar regresar al país al que en 2008 logró llegar tras pagarle $6,000 a un "coyote".
A los pocos minutos, los sobrinos de José llegaron desde Cabañas. En pequeñas mochilas guardaron lo necesario. Llegada la hora de salida, su hermana Gloria lloró mientras abrazó a José. "Tengo miedo de nunca volverlo a ver", señaló.
A unos pocos metros de José y Gloria estaba Camilo, un hombre de 50 años que antes del 31 de octubre se dedicaba a oficios varios, y que hace 15 perdió su pierna luego de que una tráiler se la amputara. La herida de la que se recuperó tres años más tarde le recuerda a su amigo que murió en el momento.
El brillo del sol en la pierna ortopédica de Camilo indica que la mañana ha comenzado a avanzar y junto a ella la caravana que inició el trayecto luego de que varios hombres comenzaran a gritar: "¡Vámonos, Vámonos!".
A pesar de ser su primer viaje, Camilo tiene la fe de que su futuro será mejor al cruzar la frontera trabajando de "lo que sea para poder ayudar a mi familia".
El reloj estaba al filo de las 8:00 a.m., y las primeras personas de la caravana había llegado hasta las inmediaciones de Casa Presidencial, ahí pasaba con prisa, Antonio y Sandra, son hermanos y vienen desde una pequeña playa de la Costa del Sol, en La Paz.
Ella no tiene empleo y él se dedica a la pesca artesanal con la ayuda de una cooperativa a la que alquila una pequeña embarcación. “Ahorita estamos pasando momentos críticos, no encontramos trabajo. Hay posibilidades que en otro país podamos hacer algo para nuestra familia”, señaló. “En la pesca varía, a veces solo para los gastos se va. A veces no llegamos ni al mes”, continuó diciendo.
-"¿Y cuál es su expectativa, de qué le gustaría trabajar allá?", le consulté.
-“La verdad, no sé en qué. Con lo que me salga, con que me rebuscó aquí con varias noches en el mar”, me contestó con poco aliento, al mismo tiempo que llegaba a la autopista Óscar Arnulfo Romero.
El mar de personas inundó las calles que conducen al occidente del país demostrando no estar dispuestos a dar un paso atrás. “Aquí nadie nos detiene”, “Vamos a demostrar que los salvadoreños somos buenos”, eran las arengas que alentaban el andar que tenía un paso lento en gran medida debido a la presencia de niños.
Entre los brazos de Enrique iba su nieta Gaby, de seis meses de nacida, quien viajó desde Acajutla pese a que miembros del Consejo Nacional del Niñez y la Adolescencia (CONNA) le advirtieron sobre los peligros que representa llevar a una menor de edad.
En la autopista varios automovilistas que circulaban ofrecían un “aventón”. Unos se subieron en camiones y otros en pequeños pick up desde donde ondeaban pequeñas banderas. La frontera La Hachadura, en Ahuachapán, se acercaba más. En el camino personas de los comercios cercanos a la calle se acercaban y lanzaban frutas, tortillas, bolsas de agua y ropa.
Crisis en la frontera
Eran las 2:00 p.m. y la pequeña ventanilla del control aduanero de la frontera fue abarrotada por los viajeros. La fila a cada minuto se hacía cada vez más y más grande, era conformada en su mayoría por jóvenes.
Frente a una pequeña oficina lloraba Brenda, de 23 años. “No lo van a dejar pasar”, dijo mientras apretaba un pañuelo verde que cubría su boca, angustiada explicó que en San Salvador había encontrado a Benjamín, de 17 años, un amigo a quien los pandilleros le habían asesinado a su madre hace un año, nunca conoció a su padre y no tenía a nadie más.
Benjamín decidió emprender el viaje solo hasta que se encontró con ella. Sin embargo, al momento de cruzar la frontera, fue detenido por personal de migración y del Conna debido a que no portaba un permiso especial para salir del país. La institución informó que no iba a salir del país y si no lograban encontrar a un pariente sería llevado a un programa especial mientras se llegaba la mayoría de edad. Brenda, lo dejó en la frontera.
Eran las 4:00 p.m, y por la frontera seguía llenándose de personas. Sudados, con las caras rojas del sol y unos con heridas en los pies llegaron hasta el último tramo de su país, uno que, según todos ellos, no les dio las oportunidades de tener una vida mejor. No huyen del territorio, huyen de la violencia cruda y de la pobreza a la que fueron sometidos. Recorrieron apenas 187 kilómetros de los miles que le tocan recorrer.